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Y eso es lo que quiero: besos

Toparse con alguna celebridad y pedirle un selfi es ya casi un acto reflejo, sepamos o no qué hace, nos guste o no lo que hace

Tom Jones, recibiendo un apasionado beso de una fan en Londres (1972).
Tom Jones, recibiendo un apasionado beso de una fan en Londres (1972).Getty
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Ahora que estamos locos por generar contenido para las redes, el encuentro con un famoso –da igual con cuál, en realidad– es un filón. Ya ni aspiramos a que la anécdota deje buen sabor en el recuerdo. Mucho menos a hacer de ello una experiencia enriquecedora para ambos. La interacción suele ser fría, y solo dura lo que tardamos en hacernos con el preciado selfi. A veces incluso desenfundamos el teléfono sin ni siquiera estar seguros de los logros de aquel junto al que nos queremos retratar. ¿Salía en una serie? ¿Era músico? O peor, ¿concursante de Gran hermano?

Y ya el absurdo total llega cuando no somos capaces ni de recordar su nombre. Pasó hace poco en una escena que presencié en el metro. Un cómico muy popular se acababa de subir al vagón, y un chaval no tardó en reconocerle. Sin pensarlo, como si lo tuviese automatizado, se dirigió a él con voz dubitativa: “¿Tú eras…? Sí… el de la tele”.

Muhammad Ali firmando autógrafos a dos manos en Nueva York (1967).
Muhammad Ali firmando autógrafos a dos manos en Nueva York (1967).Getty

El de la tele. O, lo que es lo mismo, me suena tu cara y creo que puede molar tener una foto contigo, pero ni en un millón de años consigo citar uno solo de tus monólogos o de tus obras de teatro. Por un momento pensé que le mandaría a la mierda y aquello acabaría en tragedia. Pero no. Forzó media sonrisa, y acabó posando para un selfi que no significaba nada para ninguno de los dos. Con la diferencia, claro, de que el cómico llega a repetir esta operación hasta mil veces al día.

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