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MIRADOR
Columna
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A gustito

No pueden indignarnos las derivas autoritarias de Polonia o Hungría si antes no reparamos en nuestras incongruencias

David Trueba
Unos independentistas queman la imagen del rey Juan Carlos I y la reina Sofía durante la Diada Nacional de Cataluña de 2008.
Unos independentistas queman la imagen del rey Juan Carlos I y la reina Sofía durante la Diada Nacional de Cataluña de 2008. REUTERS

Habrá un momento en que los españoles se cansen de pagar multas impuestas por los altos tribunales europeos y digan basta. Basta de interpretaciones oportunistas de los derechos colectivos. La pertenencia a la UE nos exige la circulación no solo física entre los ciudadanos miembros, sino también comercial, legal y social. Por mucha personalidad peculiar que queramos concedernos tenemos que comprender que el reto está en someternos a un sentido común para luego exigir ese mismo deber a nuestros países vecinos. No pueden indignarnos las derivas autoritarias de Polonia o Hungría si antes no reparamos en nuestras incongruencias. Llevamos demasiado tiempo recibiendo varapalos, por ejemplo, a causa de la errática legislación española sobre energías renovables. Multa tras multa no queremos escarmentar.

Las últimas veces nos han condenado por la rara interpretación española de las injurias a la Corona, incluida la quema de fotos. Por más que nos insisten en que los mismos derechos tienen que proteger a cualquier ciudadano de a pie que a los representantes institucionales, seguimos negando la mayor, y por lo tanto pagamos multas con el dinero de todos. Un disparate que nuestros políticos se niegan a enmendar y que estimula las provocaciones en lugar de desbravarlas. Pronto el exceso de recurrir a medidas excepcionales como la prisión preventiva para enfrentar el problema político de enorme envergadura que se ha planteado en Cataluña nos pasará también factura a cobro.

Cuando se canceló la asignatura de Educación para la Ciudadanía ya sospechábamos que se apostaba por el dogma y los estacazos mutuos. Judicializar hasta el patio de colegio es condenar a los tribunales a resolver sobre urbanidad y buenas maneras, como el consultorio de la señora Francis pero con toga y puñetas. Los límites de la libertad de expresión se resuelven estimulando la convivencia y no la coacción. Nuestra democracia se debilita si caemos en la obtusa recurrencia de llevar a los tribunales a individuos que se expresan de manera que nos puede resultar ofensiva o despreciable, pero no punible penalmente. La última desmesura es condenar a una multa de 40.000 euros a la revista satírica Mongolia por una viñeta del torero Ortega Cano incluida en el cartel de una actuación teatral en la que pronuncia su frase icónica: “estamos tan a gustito”. A Ortega Cano se le condenó en su día a pagar 170.000 euros por quitar la vida a un hombre en accidente de tráfico en una noche de infame recuerdo. La comparación de ambas cantidades produce sonrojo. No un sonrojo íntimo, sino nacional.

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