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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Queridos fanáticos, cambiemos de tema

En la edad de plata de la supuesta conversación en red, lo que hay es silencio y reconcomo

Juan Cruz
Un independentista con una estelada muestra un cartel frente a la sede de la Comisión Europea en Bruselas.
Un independentista con una estelada muestra un cartel frente a la sede de la Comisión Europea en Bruselas.Reuters

En el equipaje llevamos, entre libros, camisetas, eslóganes y buenas intenciones, una dosis abundante de fanatismos y de microfanatismos. “Nos gusta escuchar al otro”, me decía ayer un señor que esperaba de madrugada a que llegara el periódico a la estación de Girona, hasta que en la conversación irrumpe la palabra “Madrid”. “Y entonces ya la hemos jodido”.

En esta etapa de la conversación nacional que se libra en Cataluña y amplios alrededores el límite es ese, “Madrid”. Lo ha hecho Madrid, lo que se propone Madrid, lo que piensa Madrid. Joder con Madrid, qué bien resistes. Pues en Madrid se para todo, decía el señor gerundense, y ya la culpa es de otro. Rafael Azcona le preguntaba a un arriesgado productor de cine cómo hacía para pagar las deudas. “Pido un crédito y ya la culpa es del Banco”.

Como dice Milena Busquets, esto también pasará. Y entonces el límite en el que ahora se acaban las formalidades será otra palabra, un nombre propio, un lugar geográfico, o un lugar común. Ay, los lugares comunes. Un día se dirá: “España, capital Lugar Común”. Y así, hasta el Juicio Final.

Fanatismos y microfanatismos, esos son nuestros padecimientos. En la edad de plata de la supuesta conversación en red, lo que hay es silencio y reconcomo. Queremos que hable el otro, pero hasta cierto punto. Ah, de eso no se habla, eso no se toca, deja de joder con la pelota. En su libro Queridos fanáticos (Siruela, acaba de salir), el israelí Amos Oz explica una frase de Winston Churchill, creador de refranes sabrosos. “Un fanático es una persona que de ningún modo cambia de opinión y de ningún modo permite que se cambie de tema”.

Ahora la conversación está detenida, en el aire; si alguien la pincha e introduce pongamos que “Madrid” ya truena el universo y empiezan a caer palabras mayores y se abre el infierno del desentendimiento. Dice Oz, que tiene en el fanatismo a la puerta de su casa: “El fanático desea apresurarse a cambiar este mundo malo por ´un mundo que es todo bondad´, el ´otro mundo` (con o sin las setenta y dos vírgenes que lo aguardan allí como premio y recompensa por el sacrificio)”. Sin bajarse del párrafo, Oz cuenta: “Muchas veces los fanáticos imaginan el ´otro mundo` con las diversas tonalidades propias del kitsch edulcorado”.

Vivimos en un país defectuoso. Da la impresión, como en la distinción enunciada por Sartre, que el infierno son los otros, que en nuestro jardín pastan los buenos y que los malos vienen del extrarradio. Y viceversa. Lo que decía Churchill ya lo dijo Joyce: ya que no podemos cambiar de país cambiemos de conversación. O por lo menos, no la destruyamos simplemente porque el otro no esté de acuerdo con nuestros deseos. Lo advierte con sosegada sabiduría el viejo Amos Oz, al que aquí le caería la ira de los que monopolizan la razón dialéctica: “El fanático, de hecho, es alguien que solo cabe contar hasta uno (…), casi siempre tiende a revolcarse por placer en una especie de sentimentalismo agridulce, compuesto de una mezcla de ira ardiente y autocompasión pegajosa”.

Pero que no se hagan ilusiones los otros. Una vez que se enciende el fuego del fanatismo todos nos quemamos del mismo mal. Ahora estamos en medio del incendio, pero, cuidado, sólo de un lado se grita fuego.

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