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Tribuna
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Con los hombres, también

Es necesario no generar confusión que deslegitime las reivindicaciones de las mujeres

Manifestación del movimiento #MeToo en Washington, DC.
Manifestación del movimiento #MeToo en Washington, DC.ALEX WONG (AFP)

En la sala Matadero de Madrid se exhibe la escultura hiperrealista El hombre sentado en el sofá cuyo destino podría ser quedar aparcado en el Museo Arqueológico como ha reclamado Change.org. Una parábola sobre el fin de los hombres que no colaboran en las tareas domésticas. Según el Club Malasmadres, creadora de la campaña, un 8% de los hombres lleva la voz cantante en las tareas domésticas, frente al 72% de las mujeres. Por algo se empieza. Claro que el cambio lo desató la incorporación de la mujer al trabajo, y no todas ellas trabajan y algunas lo hacen a tiempo parcial.

En todo caso, el empuje feminista está forzando el cambio de los roles tradicionales. Si Freud levantara la cabeza probablemente nos explicaría que los hombres de nuestros días se están buscando el pene. Educados de niños en la dureza, sin llantos, sin besuqueos, sin espejos… hoy asisten perplejos a la que será la revolución social del siglo XXI. Ni el despertar de China, ni la creciente India, ni cualquier otro movimiento geoestratégico que asome será comparable a la “revuelta ideológica” de las mujeres: media humanidad, en la era de la comunicación instantánea, impulsando el cambio de mentalidad de la otra mitad. Mediante el nuevo fenómeno de demandar feminismo arrumbando la antipatía de la confrontación divisiva, sin pedir paso para las mujeres a base de desplazar a los hombres. Hoy las mujeres demandan la colaboración de los hombres con inteligentes movimientos como HeForShe, impulsado hace tres años por Emma Watson de la mano de Naciones Unidas, “ellos por ellas” para tener voces iguales en la sociedad.

Por eso hay que poner sentido común a las últimas campañas que han surgido a partir del Stop al Silencio, para evitar el alboroto que han desencadenado MeToo o Time’s Up. La respuesta del manifiesto de mujeres francesas evidencia la confusión generada, también entre las mujeres, todas educadas en un mundo de hombres, muchas de las cuales han interiorizado que son el segundo sexo, las segundas. Con todo, la reacción más desconcertante ha venido de los hombres, muchos de los cuales se confiesan desorientados en estos días. “¡Cualquiera le dice guapa a una chica, si hasta por los piropos te llaman cerdo, buitre o pulpo!” —le he oído decir a más de uno, “va a ser que acabaremos sin sexo o firmando contratos de consentimiento previos”. Evidentemente, el sexo no se acabará, y a nadie hay que explicarle la diferencia entre el flirteo y el acoso, entre el mal gusto y el delito, entre cogerte la mano o el culo.

Conviene pues recordar que ninguna de estas campañas va contra los hombres, solo contra los acosadores. Aun así no es de extrañar que haya confusión. Un hombre, llamémosle normal, ¿podía imaginar que hubiera tipos que abusando de su superioridad echen la llave a una puerta para intimidar a una joven que pide trabajo? ¿O que es frecuente toparse con tipos que frotan su erección sobre una chica en la aglomeración del metro? ¿O que es igualmente frecuente que una muchacha se vea perseguida en la calle por un sujeto soez que le verbaliza su disfunción sexual y mental? ¿Y que las mujeres hayan padecido esto, normalizándolo a su cotidianidad, en silencio? A esto se refiere Meryl Streep cuando dice que “las mujeres eran invisibles”. Entiendo la sorpresa de los hombres normales que son capaces de controlar sus instintos sexuales, ante la evidencia de tanto violentador. Solo las mujeres sabíamos de este submundo.

Por eso urge orillar la brocha gorda de cualquier campaña para no generar desconcierto que deslegitime las justas reivindicaciones de las mujeres, por sus derechos y dignidad. Sin mezclar las violaciones con los piropos. Es imprescindible separar el aluvión de estupideces en forma de oportunistas reclamos, de los movimientos esforzados por conseguir la equidad y el fin de la violencia machista.

Para este lento y duro caminar, las mujeres necesitamos a los hombres. Solo juntos podremos construir un mundo diverso e igualitario. Con hombres sin recelos. Ritxar Bacete nos revela en su libro Nuevos hombres buenos que la reacción de los Angry White Men, esos hombres blancos enfadados que nos habrían traído los Trump o los Putin, “es consecuencia de la crisis de las masculinidades que asusta a muchos hombres”. Por miedo a perder los privilegios y a relacionarse con mujeres libres. El tiempo confirmará que la mujer en igualdad es altamente inspiradora. ¡Démonos esta oportunidad!

Gloria Lomana es periodista y analista política. Acaba de publicar Juegos de poder.

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