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“Lo más importante no es tener una carrera, sino una vida”

El director de cine Peter Greenaway no hace más que dar consejos sabios: "Estoy concentrado en mi encuentro con la muerte. Quiero descubrir la forma de tener una muerte alegre"

El cineasta, retratado para ICON en Compostela, donde si uno colecciona, como él, objetos que han estado dentro de personas, se forra a nécoras.
El cineasta, retratado para ICON en Compostela, donde si uno colecciona, como él, objetos que han estado dentro de personas, se forra a nécoras.Tamara de la Fuente

Las cifras marean: 55 años de carrera y más de 70 piezas como realizador que guardan una sorprendente continuidad, atributo inconfundible de un verdadero autor. Su cine barroco y excesivo, lleno de alfabetos, listados y simetrías, explotó en las pantallas de los cines de los años ochenta. Por todo esto, el festival compostelano Curtocircuíto le eligió como pope de su última edición.

Se proyectaron los primeros trabajos de este pintor, autor teatral, director de ópera, creador de instalaciones multimedia… y cineasta. “La gente me pregunta qué soy en realidad. Aún sigo buscando la respuesta”, nos cuenta Peter Greenaway (Gales, Reino Unido, 1942) durante su estancia en la capital gallega.

Su primer amor fue la pintura, y esta le ha acercado a su faceta más conocida como artista: el cine. “Siempre he querido hacer pinturas con banda sonora”, una afirmación prácticamente idéntica a la de otro esteta del audiovisual como David Lynch. La biblia de Greenaway dice que “al principio fue la imagen”, y tiembla ante la idea de perder la visión. “Quedarme ciego sería el peor castigo que podría pasarme. La vista es el sentido más importante”.

La conversación con el británico salta de sus “peculiares” hobbies (colecciona objetos que estuvieron dentro de seres humanos) a estadísticas escatológicas: “Un hombre orina 10 veces al día. Una mujer, 15... Lutero se pasaba el día entero hablando sobre cagar”. A su obsesión por el control de la imagen Greenaway suma su desprecio por el cine basado en obras literarias. Solo admite los textos en su calidad de pictogramas.

Se diría que la figura humana le molesta, pero la asume como un mal necesario. “No estoy interesado en contar historias. Yo hago películas de catálogo. El contrato del dibujante es una película sobre tres colores: blanco, negro y verde, y sobre un protagonista que siempre lleva el color equivocado. El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante es como leer un menú”. Muchos directores se pasan media vida intentando establecer con el espectador un pacto de suspensión de la incredulidad. Greenaway no: “Quiero que el público entienda que lo que está contemplando es un concepto artificial. No es la vida, es una película, algo completamente artificial”. La realidad está sobrevalorada.

“Quiero que el público entienda que lo que está contemplando es un concepto artificial. No es la vida, es una película, algo completamente artificial”

El mundo del cine vivió una extravagante etapa en la década de los ochenta en la que un grupo de cineastas británicos reinaba en las pantallas con películas rebosantes de arte, sexo y provocación. Pero cuando le preguntamos a Peter Greenaway sobre realizadores como Derek Jarman o Ken Russell, rechaza cualquier sentimiento de comunidad: “Creo que nos odiábamos unos a otros”.

“Los cines proyectaban dobles sesiones de Caravaggio y El contrato del dibujante. A Jarman no le gustaba nada y a mí tampoco”. Lo importante es que su obra ha superado la barrera del tiempo, al contrario que otros compañeros de década tragados por el olvido, como Alan Rudolph o el propio Ken Russell, y la clave puede estar en la frase de una de sus películas: “Soy un artista en la forma en que combino negocios y placer”. Aunque su cine goza de una merecida fama de cerebral, muchas decisiones estéticas parecen motivadas por puro hedonismo: “Claro, el principio del placer. Mi cine celebra el mundo”.

Ese mundo ha visto florecer a seres humanos tan extraordinarios como el cineasta ruso Sergei M. Eisenstein, protagonista de su último filme, Eisenstein en Guanajuato (2015), encarnado por el actor Elmer Bäck. Peter Greenaway se ha quedado tan prendado de su trabajo (otra vez el principio del placer) que quiere rodar dos películas más sobre el personaje hasta completar una trilogía.

Siempre con varios proyectos en marcha, se diría que es un estajanovista, pero él lo desmiente: “Lo más importante no es tener un trabajo ni una carrera, sino tener una vida. Y esa vida es algo más que trabajar, trabajar, trabajar”. ¿Y después? Un horizonte alegremente sombrío: “Ahora estoy completamente concentrado en mi próximo encuentro con la muerte. Quiero descubrir la forma de tener una muerte alegre”. Se quiere morir en unos años. Y es feliz.

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