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CLAVES
Columna
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Tabarnia: secesión matrioska

Tabarnia es un chiste, sí, pero uno bueno, porque demuestra que es imposible defender la independencia sin pasar por el nacionalismo

Multitud concentrada alrededor del Parlament durante el pleno de independencia.Foto: atlas | Vídeo: CRISTÓBAL CASTRO
Jorge Galindo

El nacionalismo no es la mejor ideología para empaquetar un proyecto político modernizador en el siglo XXI. Hace 200 años, el proceso de consolidación de los Estados-nación se benefició ampliamente de su capacidad para enardecer ánimos en torno a la definición de comunidades, lenguas y mitos fundacionales. Pero una vez consolidadas las fronteras, y ahora que nos encontramos en su fase de (lenta y dolorosa) dilución, la nación sirve al reaccionario, pero hace poco por el progresista.

Es por ello que el independentismo catalán se ve obligado a basar buena parte sus argumentos en las preferencias: los catalanes, o una mayoría de ellos, prefieren vivir de otra manera, basados en otros valores y con otras instituciones. Así que mejor separados.

El problema de este razonamiento es que deja la puerta abierta al secesionismo matrioska: si un subgrupo dentro de Cataluña decide que tiene a su vez una serie de preferencias distintas del resto de los catalanes, ¿por qué no usar “la democracia” para dirimir su futuro?

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De eso va Tabarnia, la frontera inventada (¿cuál no lo es, en cierta medida?) y (casi) siempre irónica que separaría las comarcas costeras de Barcelona y Tarragona del resto del país. Una zona donde los independentistas son minoría, en contraste con Girona o el interior de Cataluña.

Varios independentistas se aprestan a responder que Barcelona ciudad tiene, en realidad, una estructura de preferencias muy similar al conjunto de Cataluña, y por tanto el razonamiento Tabarnia no tiene sentido. Pero, claro, dentro de Barcelona tenemos los distritos de Nou Barris y de Sarrià que son netamente distintos de Gracia o del Eixample en sus patrones de voto. Y así podemos seguir troceando hasta que delineemos fronteras manzana por manzana, bloque por bloque, y casa por casa. Un absurdo lógico, y significativamente antidemocrático, si entendemos por democracia el intento de solucionar nuestras diferencias sin recurrir a rupturas irreversibles.

Tabarnia es un chiste, sí, pero uno bueno, porque demuestra que es imposible defender la independencia sin pasar por el nacionalismo. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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