Gestionar dos millones de secesionistas
No es posible resolver la cuestión catalana sin diálogo y sin que se acabe votando algo
Son 2.040.000. Lo eran hace ocho años y lo siguen siendo ahora, aunque en estos momentos están más radicalizados por las soflamas de sus líderes y por la mala gestión del Estado. En Cataluña viven 7,5 millones de ciudadanos, de los que 5,5 pueden votar, y dos millones apoyan a los tres partidos independentistas. Ni más, ni menos. Lo que hay que hacer, entonces, es intentar gestionar a ese colectivo que, a pesar de votar las propuestas secesionistas, no piensan todos igual. Como tampoco son uniformes los más de dos millones que votan en contra del separatismo, desde posiciones distintas.
Es imposible asumir que todos los votos entregados a Junts per Cat, ERC y la CUP quieren que se mantenga la agenda unilateral de construcción de la república catalana. Muchos de ellos, seguro que sí, a pesar de que han visto las nefastas consecuencias que el procés ha tenido sobre la convivencia en Cataluña. Pero una parte de esos votantes, aunque piensen en un futuro estado catalán, no pueden estar de acuerdo con saltarse las leyes, despreciar los principios democráticos y excluir a más de la mitad de sus vecinos. Aunque hayan ido a votar el jueves movidos por la ira programada por sus líderes frente al enemigo español hábilmente construido.
Pasadas las elecciones, el Gobierno español y los dos partidos que le apoyan en la defensa de la Constitución, deberían plantearse no solo cómo combatir la apisonadora oficial independentista, sino también cómo gestionar a parte de ese colectivo. Un grupo muy amplio que pasó del nacionalismo al separatismo casi sin enterarse (“nos ha obligado Madrid con su maltrato”, suelen decir) y que todavía se asusta cuando sus líderes proclaman la república catalana en un parlamento ninguneado.
¿Cómo gestionar esos cientos de miles de catalanes? Sencillamente, ofreciéndoles un proyecto de convivencia atractivo y adecuado a los nuevos tiempos que vive España. Los británicos lo hicieron con el eslogan del “better together” (mejor juntos) que lanzaron en la campaña del referéndum de independencia de Escocia; y ganaron. Aquí habrá que diseñar una estrategia para que la gran mayoría de los catalanes se sientan cómodos en un Estado renovado.
No es fácil, porque la sociedad catalana está muy fracturada y porque el procés ha despertado un movimiento nacionalista español, recentralizador y en muchos casos tan agresivo como el independentismo. Pero aunque sea difícil, hay que ponerse en marcha antes de que ese 47% que el jueves volvió a apoyar la secesión se convierta en un 60% con la próxima generación. Los líderes separatistas han demostrado ser unos maestros en la gestión de un relato (aunque sea con mentiras y falacias) convincente y atractivo.
No es posible resolver la cuestión catalana sin diálogo y sin que se acabe votando algo. Eso no quiere decir que haya que hablar de perdonar a quien se salte las leyes o que se apoye el derecho a decidir. Hay mucho margen de negociación dentro del marco legal y algunas posibilidades de votar los acuerdos a los que se pueda llegar.
El nuevo marco de financiación autonómica y la propia reforma de la Constitución deberían ser la hoja de ruta de los partidos con implantación nacional para recomponer el marco de convivencia en España. Hay varias propuestas sobre la mesa y no se debería perder tiempo en debates maximalistas sobre si negociar es ceder a un supuesto chantaje catalán.
Negociar es hablar, ceder y llegar a acuerdos que convengan a todos, incluido los ciudadanos del resto de las regiones españolas. Ya se ha hecho otras veces en condiciones igualmente difíciles. Gobierno, PSOE y Ciudadanos deberían ponerse en marcha antes de que sea demasiado tarde.
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