Ayudar a mis amigos
No es algo nuevo que mis compañeros actores compartan conmigo sus tribulaciones. Tengo ascendente sobre ellos, soy como su oráculo
No es algo nuevo que mis compañeros actores compartan conmigo sus tribulaciones. Tengo ascendente sobre ellos, soy como su oráculo. Mi amigo Fer, por ejemplo, me contaba que hace unas semanas le llamaron para dos pruebas: una para una película de mucho presupuesto por la que pagan una lana, pero el papel es plano, sin arco ninguno. “Lo podría hacer cualquiera, Joaquín”, me dijo; la otra para un personaje maravilloso —complejo, poliédrico, atormentado— pero en una película indie de bajo presupuesto. El problema (bendito problema) es que le han cogido para los dos y tiene que decidirse porque coinciden las fechas de rodaje. “¿Qué harías tú en mi caso?”, me preguntó.
“Es muy interesante esta dicotomía que me planteas: arte o dinero”, le contesté. “Es la gran duda que atormenta, históricamente, al artista. Yo mismo me he enfrentado a ella muchas veces. Por mi experiencia te recomiendo que optes por el papel que más te emociona, o sea, el de la película indie. Porque si lo dejas escapar, por algo tan prosaico como el vil metal, ¿cómo te sentirás luego? Ya te lo digo yo: SUCIO”. Acto seguido le pedí que me diera el contacto del director de casting de la película de mucho presupuesto.
También mi amigo Andrés andaba plof. Le gusta muchísimo la profesión, meterse en la piel de otros personajes, emocionar al público; tiene mucha vocación, pero ha observado que siempre le dan el mismo papel.
“Me han contratado en una serie pero otra vez para hacer de tontico. ¿No crees que me voy a terminar encasillando?”, me dijo. “¡Claro!”, le espeté “tienes más registros, Andrés, eres un actor de matices. Rechaza sin dudar ese trabajo”. Y, acto seguido, le pedí que me diera el contacto del director de casting de la serie.
Me gusta tanto ayudar a mis amigos.
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