Armariophone
Primero nos dan la droga y luego nos quieren quitar el pico
El otro día me olvidé el móvil en alguno de los recovecos del curro adonde me lo llevo a hacer mis recados y estuve varias horas en un vivo sin vivir en mí que ríete tú del de san Juan de la Cruz propiamente dicho, y no el de mi colega homónimo, que también tiene lo suyo. No solo me quedé incomunicada, aislada, perdida para el globo, en bragas, para ser exactos. Es que me lo dejé abierto y, en esa tesitura, más que un teléfono, un móvil es una bomba. Hasta que no me llamaron de seguridad y me lo entregó un vigilante con cara de te he visto, Calisto, mientras yo lo recogía con jeta de y yo sé de qué pie cojeas, Melibea, no volví a ser persona. El tipo sabía que yo sabía que él sabía lo que yo no quería que se supiera. No quiero ni pensar en los likes, los wasaps y los banners que debieron saltar en el ínterin para que, entre 200 curritos de todo ADN, el nota coligiera que el móvil era mío sin ninguna duda. Nada es lo que era.
Ahora que hasta las alcaldesas más principales nos cuentan que se acuestan con congéneres sin que se les pregunte en los programas de cotilleo, y ni llueve sangre ni nada, los armarios están mutando de naturaleza y de tamaño. Porque haberlos, haylos. Por muy fuera del ropero que estemos, muchos llevamos el clóset en la petaca del móvil. Ahí están nuestras vergüenzas y anhelos. Nuestros secretos y mentiras. Nuestras fobias y parafilias. Nuestras lealtades y traiciones. Nuestra intimidad más íntima. Nuestra auténtica vida privada. Álex de la Iglesia no se inventa nada en Perfectos desconocidos. Ahora que dicen los apocalípticos que nos integraron que las redes nos están volviendo poco menos que esclavos, hay quien es más libre que nunca estando en línea, que no alienado. Primero nos dan la droga y luego nos quieren quitar el pico. Y acabo, que el segurata se me ha apuntado a Tinder, me ha mandado un me gusta y, o mucho me columpio, o tenemos match en vísperas.
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