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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No hay complicidad con La Manada

El caso de la presunta violación de Pamplona demuestra que la sociedad no está tan dispuesta como antes a justificar agresiones sexuales por el comportamiento de la víctima

Gabriela Cañas
El abogado de la víctima de Pamplona habla con la prensa a su salida de la vista oral.
El abogado de la víctima de Pamplona habla con la prensa a su salida de la vista oral.Villar Lopez (EFE)

El caso ha quedado esta semana visto para sentencia. Los cinco acusados —denominados La Manada por su grupo de whatsapp— pueden ser condenados por violar a una joven de 18 años que en los sanfermines del año pasado pretendió divertirse y terminó sufriendo su peor pesadilla: ser agredida sexualmente por cinco hombres en un oscuro portal de Pamplona. El caso, de sobra ya conocido, y algunas otras denuncias más leves dieron en su momento pie a que la ciudad tomara medidas contra lo que, según los conocedores de la fiesta, era casi una tradición. Siempre hubo cierto acoso a las chicas aprovechando el jolgorio general.

El caso de La Manada demuestra que esa tradición sigue viva, a veces en su versión más grave, pero también que la percepción social respecto a estos abusos ha cambiado un tanto porque al clamor contra los agresores se ha sumado la indignación por el intento de cuestionar a la víctima. Los acusados han pretendido —y quizá todavía lo consigan— aliviar su culpa alegando que la chica no solo consintió, sino que hizo vida normal después de lo ocurrido, salió con amigas y hasta publicó en Facebook la foto de una camiseta con el lema “Hagas lo que hagas, quítate las bragas”. Trataron, en fin, como bien alega la escritora Almudena Grandes, de certificar que una mujer respetable debe seguir sufriendo después de haber sufrido.

Solo los jueces, que tienen todas las pruebas, podrán dilucidar en este caso concreto. Lo que es seguro es que la sociedad ya no parece tan dispuesta como antaño a justificar los brutales ataques de algunos en razón del comportamiento de sus víctimas. Hubo un tiempo en que los jueces tenían en cuenta la “provocación” que suponía vestir minifalda para reducir la pena al agresor y que se consideraba una eximente que la víctima no opusiera una férrea resistencia al ataque. Hoy esos “buenos hijos” —en palabras de un abogado defensor— de La Manada no han hallado, sin embargo, la complicidad que buscaban.

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La víctima, tan joven, no se ha refugiado en el silencio y ha mantenido una versión de los hechos que antes le hubiera perjudicado, como ese coqueteo previo al crimen. Ha sentido el aliento que le ha llegado desde la calle, desde las asociaciones feministas y hasta desde la prensa. Callar ya no es una opción porque la sociedad reacciona hoy contra los verdugos y no contra ellas, porque entiende que una prenda atrevida, una imprudencia y hasta un deseo de sexo no es un permiso para ser forzada. Porque la libertad sexual es tan sagrada como la libertad a secas.

Las cifras de la violencia machista son escandalosas y las campañas contra ella no parecen reducir un fenómeno tan lacerante. Pero ahora, al menos, conocemos su dimensión y ahora también víctimas como la de Pamplona, traumatizadas, sí, quizá disponen de un entorno que las arrope y logre disipar como nunca antes el complejo de culpa que persigue a hombres y mujeres víctimas de agresiones sexuales.

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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