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Columna
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La resistencia de las fronteras

Los límites estatales aguantan los embates centrífugos en la nueva época digital

Lluís Bassets
Xi Jinping durante uno de sus discursos en el Congreso del Partido Comunista Chino.
Xi Jinping durante uno de sus discursos en el Congreso del Partido Comunista Chino.WANG ZHAO (AFP)

Regresan las fronteras y demuestran una enorme resistencia. Resiliencia le llamamos ahora a esta capacidad para envararse ante los cambios y los ataques externos. Han vuelto con el regreso de la geografía que anunció Robert Kaplan en su libro ya canónico (La venganza de la geografía), frente al nebuloso mundo digital y también frente a las quimeras de fáciles integraciones territoriales como las que se alumbraban en Bruselas.

El regreso ha sido flagrante en Europa ante la llegada de flujos de migrantes, en buena parte refugiados que huían de las guerras mediorientales. Aunque les impulsaba, paradójicamente, el serio y espantoso intento de borrar las fronteras coloniales que ha significado la instalación del autodenominado Estado Islámico entre Siria e Irak sobre la línea Sykes-Picot; esa frontera colonial por excelencia que lleva el nombre de los dos diplomáticos, uno inglés y otro francés, que decidieron el reparto de Oriente Próximo en 1916.

El término frontera tiene una etimología militar y significa frente, es decir, es la línea que nos protege de las invasiones y ataques exteriores y delimita el territorio donde rige una misma ley y una única soberanía. El Brexit, Trump o el ascenso de los populismos nacionalistas, incluido el catalán, tienen que ver con un ansia de protección y de frontera: para que exista o para que sea más dura.

La caída de Raqa, último bastión del Estado Islámico, y el fallido referéndum de autodeterminación del Kurdistán iraquí son muestras recientes de la resiliencia de las fronteras. El Estado Islámico territorial ha durado algo más de tres años, poco pero suficiente tiempo para alentar mitos terroristas en futuros reclutas. Pero al final la línea Sykes-Picot sigue intacta. Lo mismo sucede con Irak, que permanece unido a pesar de las profecías datadas ya de 2003, ante la invasión y derrocamiento de Sadam Husein, sobre su troceo en tres nuevos países, un Irak chií, otro suní y el pobre Kurdistán, que acaba de perder sus pozos de petróleo de Kirkuk y difícilmente alcanzará el sueño de su independencia, debido precisamente a sus divisiones y a la insensatez y corrupción de sus dirigentes.

No hay que buscar analogías. Bastan las frases más aplaudidas del discurso del triunfante Xi Jinping al XIX Congreso del Partido Comunista para entender la resistencia de las fronteras y, lo que es más serio todavía, la persistencia de lo que contienen en su interior: “Defenderemos con resolución la soberanía y la integridad nacional y no toleraremos de ninguna manera la tragedia de la división del país. Cualquier actividad dirigida a dividir a la patria encontrará la oposición más firme del pueblo chino. Nunca permitiremos a nadie, persona, organización o partido político, en ningún momento y de ninguna forma, que separe un solo pedazo de territorio chino de China”.

El Congreso ha sido el anuncio de una nueva era, en la que Pekín aspira a ocupar el lugar central y preeminente de un orden internacional en el que las fronteras y la unidad de los Estados no están para bromas.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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