Fracaso del ISIS, futuras batallas
El papel de Rusia y de Estados Unidos es ahora clave para determinar el futuro de Siria
Al perder Mosul en Irak y Raqa en Siria, el ISIS ha perdido sus dos bases estratégicas desde las cuales desafiaba y amenazaba a los Estados regionales, las grandes potencias y los países europeos, blanco de sus terroristas suicidas. Dos grandes derrotas tras las cuales, desgraciadamente, la guerra seguirá, salvaje y aberrante, pues si el proyecto de ocupar terrenos, crear espacios califatados y tomar como rehenes a millares de civiles ha fallado, todo apunta a que el ISIS se transformará en la versión multiplicada de Al Qaeda, con bases volantes y fuerzas de golpe desterritorializadas. Sus soldados se refugiarán en el desierto sirio, en Irak, en África subsahariana, en Libia, en Afganistán, en Pakistán e, incluso, en repúblicas rusas. Después de un tiempo de inmersión, nuevas olas de sangre y terror seguirán hasta que se consiga desarticular definitivamente la estructura de poder de esta organización.
En Mosul, la victoria ha sido conseguida por fuerzas iraquíes, kurdas (peshmergas) y americanas; en Raqa por las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), ejército antigubernamental, kurdos (bajo estrecho control militar turco) y también americanos (asesores militares y fuerzas especiales en el terreno), a un alto precio y no de inmediato. Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, cinco meses de enfrentamientos, 3.250 muertos, entre los cuales 1.130 civiles, frente a unos 350 terroristas. Todos los testimonios atestiguan unas luchas feroces, a veces cuerpo a cuerpo.
La manera con la que se consiguieron estas dos victorias determina, indudablemente, el mapa de los conflictos futuros, pues en los dos casos, no fueron los Estados legales los que restablecieron su autoridad, sino una coalición de aliados implicada en un proceso de luchas regionales extraordinariamente complejo y del cual nadie tiene el control total. En Irak, se trata de una victoria debida, principalmente, al apoyo norteamericano, la neutralidad cómplice de Irán, unos kurdos jugando entre turcos, sirios e iraquíes y, como telón de fondo, la vigilancia activa de Rusia. En Siria es también una coalición, pero impulsada por Estados Unidos y Turquía, y con una estrategia de contención por parte del Ejército de El Asad, apoyado por bombardeos rusos en las vías de repliegue de los terroristas.
Se necesitaron varios cuerpos militares diferentes y a menudo enemigos entre sí, además del juego opaco de las tribus implicadas en la contienda, para alcanzar la reconquista definitiva de la capital siria del ISIS.
En este entramado de enemigos coyunturalmente aliados, estriba el secreto de los conflictos futuros. Entramos en otra fase de la batalla, con otras coordenadas, que tendrá principalmente lugar en las negociaciones de Ginebra entre, por un lado, las fuerzas sirias democráticas, más potentes, apoyadas por EE UU y Turquía y, por otro, el Gobierno de El Asad adosado a Rusia e Irán. Pero hay un elemento nuevo: la caída de Raqa en las manos de sus adversarios dibuja para el régimen sirio la partición de hecho del país; el papel de Rusia y EE UU es ahora clave para determinar el futuro de Siria.
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