¿Debe un animal ser un regalo?
El presidente de Turkmenistán agasaja a Putin con un cachorro al que levanta como un trofeo. ¿Es necesario?
El amor por los animales del presidente ruso Vladimir Putin es a estas alturas una evidencia que él mismo se ha encargado de propagar en diversas apariciones públicas: al aire libre con todo tipo de especies salvajes; en recepciones oficiales (para disgusto de Angela Merkel); o en su trepidante y agreste vida vacacional.
Este miércoles, durante un encuentro bilateral, el presidente de Turkmenistán eligió agasajar al líder ruso por sus 65 años recién cumplidos con un precioso cachorro de raza Alabái (perro pastor centroasiático), que Gurbanguli Berdimujamedov manejó con cierta rudeza tras sacarlo del transportín y exhibirlo ante los fotógrafos como un trofeo. Vale que lo de cargar por el pellejo va en los genes y en la rutina del acarreamiento de las crías, pero el gesto fue mejorable.
Por fortuna para el animal, el destinatario del regalo exhibió una respuesta bastante más tierna, lo que quizá le depare un espacio entre el resto de perros que Putin distingue como mascotas oficiales. Incluso con la expectativa de un futuro confortable para el cachorro, cabe preguntarse si un ser vivo debe seguir siendo objeto de intercambio de cortesía entre mandatarios o entre ciudadanos de a pie.
Durante décadas, la diplomacia panda del comunismo chino ha repartido decenas de osos por países con los que el régimen de Beijing aspiraba a tender puentes. Un empresario boliviano envió a La Moncloa en tiempos de Felipe González una llama andina (y otra para su secretario de Estado de Cooperación); Gadafi le regaló a Aznar un caballo durante una visita a Trípoli en 2003. Y yéndonos mucho más atrás en el tiempo, las bestias exóticas han sido una encarnación del poder que algunos líderes han usado como elemento de exhibición o como regalo.
Quizá haya llegado la hora de dejar las decisiones sobre los animales de compañía en manos de quienes eligen tenerlos (como hacen cada vez más mandatarios).
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