Barraca y los modernos de pueblo de la Ruta del Bakalao
En la discoteca valenciana, entre selvas de cañas y arrozales, convivían tribus urbanas viendo tocar a Happy Mondays o Stone Roses y estaban prohibidas las peleas
‘Enamorados de la moda juvenil’, los nuevos aires llegan a Valencia de manera bastante fortuita: a más de 30 kilómetros de la capital y entre arrozales, donde la música alta no molesta, un veinteañero sin apenas experiencia pero con mucho talento acaba con el lento, las rumbas y la ‘música negra’. Sincronizarse con momentos para la sociedad en España como 1981 o 1982 supone un ejercicio de auténtico desaprendizaje. Porque lo habitual sería aproximarse a esos entornos desde los tópicos y las ideas que a cualquiera le vienen a la cabeza: 23-F, Estautos de Autonomía, el Mundial de Naranjito y la victoria socialista. Pero hay que desapegarse mucho más y tratar de entender la lejanía de aquella realidad para comprender lo que suponía la música como vehículo de comunicación y cómo llegaba hasta las personas. En esta serie documental lo hemos intentado de manera muy consciente.
La radio y la televisión jugaron un papel fundamental en aquel entonces que acabará reflejado en los siguientes episodios, pero la cantidad de prescriptores y de flujos de entrada de discos fue extraordinariamente limitada. Ese es el punto de partida para entender por qué las discotecas tuvieron un papel capital en lo que se refiere a la música. Como dice Joan Oleaque en la serie, “es difícilísimo entender hasta qué punto Carlos Simó llegó a ser una figura legendaria en Valencia”. Quizá el primer dj estrella –a su manera– por la sencilla razón de saber programar a las mejores bandas estatales e internacionales en directo, pero también “por disponer de la música como muy pocos lo podían hacer en España”.
Carlos Simó, ese DJ fundacional
“Los gays, los más oscuros, los que necesitaban expresarse y el franquismo no se lo había permitido, durante al menos unas horas a la semana eran totalmente libres allí”
Nacido en 1955 en Valencia, criado en las calles del barrio del Carmen, Simó ha sido y es una persona inquieta. Como buena parte de los protagonistas de esta historia, trató de ser músico mucho antes que dj. En su caso, baterista. Su afición por la música le hizo interpretar las primeras sesiones de Juan Santamaria en Oggi de otra manera. Veía y sabía que la discoteca debía jugar un rol más extenso que el de convertirse en el lugar de ligoteo y peleas más habitual. Quería estar vinculado a aquel mundo y como músico había empezado a aceptar que no sería. Conocido en las tiendas de discos, ajenas a la importación y con escasez de novedades verdaderamente distintas, Carlos Simó fue primero camarero en Barraca y en 1980, por alguna recomendación velada y sin apenas experiencia, tomó el mando de Barraca.
Allí empezó todo: con el precedente de Santamaria en Oggi, Simó decidió que en la discoteca de Les Palmeretes (Sueca) no volvería a sonar la música lenta ni rumbas. En la serie nos confía que le costó “algún disgusto con la propiedad de la sala”. El locutor y periodista musical Arturo Blay recuerda que costó máás tiempo del que ahora parece que el modelo de Simó triunfara: “hubo muchas noches de pistas vacías”. Pero Simó estaba convencido de cambiar “la música negra por música blanca”.
Música blanca
En aquel momento, esa idea no sonaba racista. El funky y la música soul arrasaban en las discotecas. Eran algo así como un ‘discurso único’. Una única voz que fue encontrando ritmos “que se podían bailar” hechos por blancos. Fue muy progresivo, pero Simó apostó por el rock, el punk, los nuevos románticos y todo lo que durante mucho tiempo se consideró Nueva Ola. Fueron fundamentales sus viajes a Londres, pero también alguna escapada a Estados Unidos y muchísima relación con Madrid. Las tribus urbanas empezaban a dinamizar estéticas y a generar adhesiones, aunque en Barraca convivirían varias de ellas a la vez.
Desde todos esos flancos empezó a importar ideas, según hemos aprendido en la serie. También estableció relaciones duraderas con Radio Futura y tantos otros. Y sin quererlo o queriendo, dio con una tecla en la que nadie había pensado, pero que abrió un espacio de libertad real: la seguridad. No es que hubiera equipos potentes de seguridad en Barraca, sino que allí estaba prohibido que se liaran peleas al estilo del que se acumularían en salas no menos interesntes musicalmente como Metrópolis (en la ciudad).
A 30 kilómetros de Valencia, entre selvas de cañas y arrozales, Barraca empezó a dar cabida a los modernos… ¡de los pueblos! La comunidad gay encontró su espacio, pero también los más extravagantes. Era un público “buscado” según Oleaque y mientras la Movida atravesaba a España “de cabo a rabo” (Francis Montesinos), Barraca se convertiráá en un espacio para los más inquietos de varias comarcas. Es una idea demasiado simple, pero todos coinciden que “a los gays, a los más oscuros, a los que necesitaban expresarse y el franquismo no se lo había permitido ni mucho menos, durante al menos unas horas a la semana eran totalmente libres allí”.
“Salas que, cada sábado, montaban un happening festivo con performances de lo más locas y divertidas. Carteles, mucha moda y un discurso musical creciente”
Es el germen artístico de un movimiento en el que Simó tiene un papel fundamental: él mismo irá contratando a actores de performances para ir dando color a las fiestas a lo largo de la década. Nadie ligaría hoy la Ruta a un grupo de salas que, cada sábado, montaban un happening festivo con performances de lo más locas y divertidas. Nadie pensaría que las fiestas temáticas y las horas de música lo suponían todo. Antes de que las drogas hicieran su aparición –o quizá al unísono, según el grupo de personas– Barraca inoculó la modernidad en Valencia a través de las artes. Carteles, mucha moda y un discurso musical creciente. En no mucho tiempo la gente que allí acudía dejó de pensar en el funky.
Esa idea de “ocio de acción”, este fenómeno genuino y originario y que no tiene paralelismos en España, hizo que la noche valenciana cogiera caráracter: sonaban las guitarras, sonaba ‘música blanca’, no había peleas, había inquietud y esteticismo y la necesidad de ser hedonista y exhibirse ayudaban a redondear el cóctel. Felipe González pediría “a todos los españoles sumarse a labor de modernización”. Institucionalmente, ser moderno estaba bien visto y tras el 23-F parecía que había que consumir cada fin de semana como el último por si algo se torcía.
Mientras la brigada 26, un cuerpo de arribistas que no eran policías ni estaban dados de alta en la Seguridad Social, imponía su ley en el servicio nocturno, donde nadie lo esperaba empezó a surgir la modernidad. Lejos de Valencia y donde la música, por alta que esté, no molesta a nadie. Las discotecas la música en directo como una parte esencial de su disfrute. Van a pasar muchos años para que eso cambie, pero hasta entonces Barraca acogerá conciertos de Radio Futura, Alaska y Los Pegamoides, New Model Army, Happy Mondays o Stone Roses.
Hemos ido disfrutando de cada una de esas noches a través de decenas de voces, pero si algo nos ha quedado claro es que esa modernidad nunca hubiera llegado si, de manera bastante casual, Simó no hubiera ocupado la cabina de Barraca y hubiera hecho y deshecho con libertad durante la primera mitad de los años 80.
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