Para evitar el impacto donde todos pierden
La relación entre Cataluña y el resto de España ha ido cambiando. Hubo ratos de complicidad, otros de desencuentro; amores, odios, indiferencia, proximidad o lejanía
En una entrevista que le hicieron en 1980, el filósofo Gilles Deleuze explicaba lo que para él significaba un concepto. “La filosofía se ha ocupado siempre de conceptos, y hacer filosofía es intentar crear o inventar conceptos”. Y decía: “Durante mucho tiempo, los conceptos han sido utilizados para determinar lo que una cosa es (esencia). Por el contrario, a nosotros nos interesan las circunstancias de las cosas —¿en qué caso?, ¿dónde y cuándo?, ¿cómo?, etcétera—. Para nosotros, el concepto debe decir el acontecimiento, no la esencia”.
Quizá resulte un tanto extemporáneo traerse a un filósofo ahora que todo parece a punto de incendiarse. Pero seguramente resulta imprescindible acordarse de que no hay verdades de una sola pieza. Eso es lo que quiere decir Deleuze cuando habla de esencias, que no es cierto que una cosa es la que es, siempre la misma, inmutable, rotunda, granítica, incontestable. Para conocer la verdad es mejor tratar el concepto como un nudo de acontecimientos. Las cosas están atravesadas de conflictos, se mueven, cambian, tienen sombras, chirrían, y es ahí donde vamos a encontrar su verdad. No tiene ningún sentido, por ejemplo, decir que España es España, y que Cataluña es Cataluña. Habrá que ver “¿en qué caso?, ¿dónde y cuándo?, ¿cómo?, etcétera”. Es decir, la relación entre Cataluña y el resto de España ha ido cambiando. Hubo ratos de complicidad, otros de desencuentro; amores, odios, indiferencia, proximidad o lejanía.
En uno de los libros de referencia sobre el siglo XVIII en España, el historiador Richard Herr muestra el colosal empuje económico que tuvo entonces Cataluña, sobre todo en las dos décadas posteriores a 1883, tras el final de la guerra de independencia de Estados Unidos. “Eran partícipes de un mundo cosmopolita de aventuras comerciales”, escribe Herr sobre los catalanes. “Con razón estaban satisfechos de la política del Gobierno que se esforzaba por procurarles un máximo de protección y estímulo”. ¿Pero no se lleva diciendo desde hace mucho que esa Cataluña de las esencias impolutas padeció una postergación con los Borbones? ¿En qué quedamos?
Pues en que las cosas no pueden encapsularse bajo un único rótulo, y darlas por cerradas, con ese afán que anima a los entusiastas de una causa: esto es así, y punto. Pues no. Y mucho menos en momentos de crisis. Una parte importante de la sociedad catalana se ha puesto a correr para lanzarse a la independencia. Para explorar la verdad que hay detrás de esa corriente conviene utilizar los conceptos a la manera de Deleuze. No todos reclaman una remota Cataluña virginal, auténtica, esencial. Dentro de ese magma insurreccional hay muchas aristas.
Así que sería suicida entrar en la perversa lógica de la guerra, donde siempre hay un ganador y un derrotado, pero al final pierden todos. En un proceso donde confluyen proyectos diferentes, cuesta creer que la ruptura total sea el horizonte de todos. Es tiempo de evitar lo peor y de tener altura de miras para devolver la vorágine al marco de las reglas de juego. Y empezar a buscar salidas.
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