Clavícula
Me tomó pocas horas leer el libro, pero todavía siento sus efectos
El libro tiene un título punzante: Clavícula. Su autora es Marta Sanz, escritora española con quien me encontré hace meses en Managua junto a su marido. Se preparaban, con entusiasmo de pioneros, a emprender un viaje infinito hacia Madrid donde los esperaba, apenas llegar, el fiestón de una editorial. Esa mujer, dotada con el humor de los inteligentes, escribió uno de los libros más crudos, hermosos, brutales e impíos que haya leído en mucho rato. Comienza así: “La posibilidad de que no me haya pasado nada es la que más me estremece”. ¿Qué le pasa a Marta Sanz? Primero, le pasa el cuerpo: un dolor se le instala detrás de la clavícula. Después, todo lo demás: la salud pública, el capitalismo, la indiferencia de los médicos, el trabajo, la culpa, el miedo, la escritura cual aleph diabólico que lo condensa todo. Como una liebre encandilada por el dolor, no sólo físico, Marta Sanz, que es joven, dice en Clavículaque se está haciendo “viejita”, y dan ganas de aplaudirla cuando escribe la palabra más tabú de occidente —menopausia— y dice, acerca de los sofocos que provoca en algunas mujeres, “vivo un nanosegundo de malestar cosmológico y hondísimo (...) Esa tristeza cósmica anuncia la vulgaridad de un sofoco. Me pone en guardia. Es el aura previa al ataque de un epiléptico. A la transformación de un licántropo”. Tierna y feroz, rabiosa, sublevada y esclava, pirómana de la compasión ajena, impúdica, escribe “soy una mujer de éxito llena de tristeza. Temo que se mueran mis padres. Mi marido está en el paro. Trabajo sin cesar (...) Me da pánico no disponer de tiempo suficiente para disfrutar de tanta felicidad y tantos privilegios”. Me tomó pocas horas leer el libro, pero todavía siento sus efectos bajo la forma de una saludable envidia: quiero para mí el enervante afán, la valentía de ir a fondo que sólo tienen los autores bestiales como ella.
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