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MIRADOR
Columna
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La memoria

Nada muere del todo mientras no se olvida.

Julio Llamazares
Imagen de Mansilla de la Sierra (La Rioja).
Imagen de Mansilla de la Sierra (La Rioja).RAQUEL BENITO

La mayor sequía desde hace años ha vuelto a vaciar los pantanos españoles devolviendo a la luz los paisajes sumergidos y con ellos las ruinas de los pueblos que sucumbieron al agua, en teoría para siempre. Sus imágenes pueblan desde hace semanas periódicos y televisiones, que repiten los tópicos de siempre: paisajes lunares, fantasmas de piedra, imágenes de vecinos que regresan a sus lugares de origen para reconocer sus casas y recordar su pasado mientras que de fondo suenan las quejas de una sociedad ajena a sus emociones que lo que reclama es agua al precio que sea. La memoria de aquéllos le importa poco, como no sea como pintoresquismo.

Y, sin embargo, para quienes la tenemos en parte debajo de los pantanos esa memoria es la principal ya que es la más persistente, sin duda por estar perdida. Y cuando la recuperamos nos duele todavía más. Nada muere del todo mientras no se olvida y el regreso a la luz de las cosas perdidas, como el de las personas, hace que la memoria se agrande y escueza como estos días a todas esas personas que los periódicos y las televisiones nos muestran vagando por los pantanos resecos o contemplándolos desde las carreteras como supervivientes de una batalla cuyos despojos siguen ahí, si bien que carcomidos por la erosión. Dicen que la memoria es el único lugar del que no podemos ser expulsados, pero para las personas que lo fueron de sus lugares de residencia por un pantano no hay diferencia entre unos y otra. En eso les pasa como a los ríos, que, como también puede verse estos días, después de décadas embalsados artificialmente vuelven a discurrir por donde siempre lo hicieron, fieles al cauce que conformaron durante siglos y a los puentes que continúan en pie después de años sumergidos.

Recordar es fácil si se tiene memoria, olvidar es difícil si se tiene corazón, escribió el novelista Gabriel García Márquez, y eso es lo que les sucede a todas esas personas cuyas vidas quedaron truncadas de golpe por un pantano como les pasó a los ríos: que tienen corazón y no pueden olvidar. A algunos parece que eso les molesta, quizá porque su ambición les hace sentir culpables. Otros asisten a su regreso al pasado con indiferencia, como si el espectáculo de la destrucción no fuera con ellos. Unos y otros, en cualquier caso, comparten con los primeros la atracción por ese inframundo que aflora de cuando en cuando para nuestra sorpresa y que les hace mirarlo con curiosidad morbosa, sabedores de que su memoria es también un pantano lleno de lodo y ruinas, un campo de batalla erosionado por el correr del tiempo y la desolación.

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