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Lolo Rico: “El mundo sigue yendo de ‘culombio”

La creadora de 'La bola de cristal' escribe incansablemente y fantasea con ganar el Princesa de Asturias, "con gaitas y todo"

Lolo Rico en su casa de San Sebastián sujetando la bola de cristal original del programa.
Lolo Rico en su casa de San Sebastián sujetando la bola de cristal original del programa.javier hernández juantegui

La bola de cristal catódica vive agazapada en el subconsciente de varias generaciones de niños de los ochenta. En ella desaprendimos a desenseñar cómo se deshacen las cosas, identificamos el mal con el capital y supimos que si sola no puedes, con amigos, sí. La bola de cristal, la de verdad, vive arrumbada debajo de una mesita en un elegante piso de una calle peatonal de Donosti.

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Lolo Rico abre la puerta risueña y frágil, y ataca: “Dime la verdad, ¿tú por qué has venido?”. “Mujer, para los de mi edad eres un mito; queremos saber en qué andas…”. “Ya, ya, siempre me sorprende cómo os acordáis del programa… Vale, hablamos de lo que tú quieras”, dice (tiene razón, será generosa con su tiempo y sus fuerzas, y echará el día charlando), “solo tengo un veto: no puedes poner mi edad”. Lolo Rico, a quien no se le quita el feminismo y el marxismo de la boca, y quien, francamente, ha pasado la edad en la que una espera que las coqueterías importen.... ¿Tú me vienes con estas? “Nada, nada, el que quiera saber mis años que lo busque en mis memorias”.

Se titulan ¿Cómo es posible que el tiempo pase tan deprisa y yo no me dé ni cuenta?, las publicó hace nueve años y tienen casi 400 páginas. En ellas narra, con algún tinte de ficción, una vida no tan feliz. Una infancia de niña hermosa y tímida marcada por la posguerra y por un padre de derechas, que le fomentó el amor por los libros que aún inundan su casa. Más tarde, un matrimonio opresivo con un financiero del que se separó llevándose siete hijos a cuestas (“diez años más tarde de lo que hubiera debido”). También habla del amor de su vida: una carrera peleona como escritora, guionista, editora y directora televisiva que le llevó a codearse con la gauche divine y luego con la Movida. De La bola de cristal habla poco, en el libro y en el salón de su casa. Se le nota un poco harta del tema. En 2003 publicó El libro de la bola de cristal, donde contó los entresijos del programa. Entonces ya recibió la pleitesía (los primeros 10.000 ejemplares se agotaron en un día) de aquellos niños a los que tuvo la decencia de tratar como a personas pensantes. “La ignorancia es la peor violencia que genera la televisión”, repite. “Mi único mérito fue hacer un programa que no creía que los niños son tontos, y rodearme de un equipo estupendo”. Pero prefiere hablar de lo que hace ahora.

Lolo Rico con sus amigos Mustafa (izquierda) y Mahmud, refugiados palestino y sirio.
Lolo Rico con sus amigos Mustafa (izquierda) y Mahmud, refugiados palestino y sirio.javier hernandez juantegui

Tiene los cajones llenos de proyectos: una novela feminista, una obra de teatro sobre una violación, la segunda parte de sus memorias, un sesudo tratado sobre televisión, un trasgresor musical político que busca productor: “Tengo las canciones compuestas y sin novio, me gustaría hacerlo en la calle, iba a decir en la puta calle… Trata sobre la corrupción, sobre los jóvenes; acaba bien, al final gana la democracia, algo que yo aún no he visto porque el mundo sigue yendo de culombio, de culombio es poco”.

En el ordenador está editando unos poemas escritos hace años y le está dando vueltas a una versión de Romeo y Julieta inspirada en su amistad con Mahmud, un refugiado sirio de 37 años, que junto a Mustafá, refugiado palestino de 23, pasa mucho tiempo con ella. Hoy Lolo les ayuda a escribir cartas pidiendo a la Oficina del refugiado pasaportes temporales para ir a ver a sus familias. Ellos le hacen la comida, la acompañan de paseo y la consuelan. Es un día triste: ayer Lolo Rico, "la del corazón blanco y grande", como la describe Mahmud, tuvo que sacrificar a su perra Selva, quien la ha acompañado desde hace años en sus madrugadas escribiendo. "La comunicación con un animal es tan profunda; ahora que no está, ¿qué voy a hacer?", dice sujetando las lágrimas.

"Ser pobre es aburrido"

Lo peor de la edad, dice, “es que la aparentas, y por dentro, pues no”. “Yo no quiero parar, no puedo estar sin hacer nada, me aburro". San Sebastián, donde se mudó hace ocho años para estar cerca de una de sus hijas, desde su madrileño Palacio de los duques de Anglada, le parece "un poco sosa". “Yo no quiero estar tranquila, lo que quiero es que me llamen más para colaborar en prensa, para dar conferencias, ponlo, ponlo a ver si me llama alguien… Y, ¿sabes qué me haría especial ilusión? Que me diesen el Princesa de Asturias, con gaitas y todo", se ríe. “Yo, tan republicana suspirando por un Princesa de Asturias… ¡qué contradicción, dirás! Pero reivindico la contradicción. No sé vivir de otra manera”. ¿Como la de tener dinero y ser de izquierdas? “Yo tuve un padre abogado y un marido rico, nunca me interesó el dinero pero entretiene tanto… Ser pobre te quita libertad, te carga con unas preocupaciones horrorosas, pero además, ser pobre es aburrido”.

En el salón hay una foto en la que sale vestida de novia. Una belleza con cintura de avispa, elegante moño y un glorioso vestido de Balenciaga. Cuesta reconocer a la mujer de pelo corto, mechón platino y holgado guardapolvo ochentero que aparecía en la Bola con un pato bajo el brazo. La misma que un día se plantó en Prado del Rey con un libro infantil que había escrito para que le diesen un programa.“Me salí de la casillita que mis padres, mi marido, los demás en general tenían preparada para mí". Y lo hizo peleando, con una resolución y un carácter que no esconde bajo su afable aspecto de abuelita. “Salirte de tu casilla es monstruoso, sobre todo para las mujeres”, suspira.

Y entonces Lolo olvida algo que iba a decir, se queda sin aire, pide un momento. Me siento a su lado, le cojo las manos y me mira con esos ojillos de los que Marsé –con quien sale en otra foto de la estantería, los dos acodados en una barra de bar– un día le dijo que tenían “el color del dinero”, no por ser verdes, sino por ser de niña bien. Y ahí en medio del piso bonito, con el olor del perro aun presente, los refugiados fumando, el fotógrafo sujetando con esfuerzo la resbaladiza bola, –en medio de los recuerdos y de los olvidos– empezamos a reír como chiquillas. Una risa liviana y cargada de razones. Femenina y liberadora. Contradictoria. Una risilla tonta que acaba haciéndose incontenible. Dura un rato absurdo y al final, secándonos las lágrimas como idiotas, Lolo dice: “Qué rara la vida, y qué bonita”.

La recordamos por Dirigirse a los niños como si fuesen personas pensantes, su originalidad y su combatividad; también por llevar mejor que nadie el pelo blanco y los guardapolvos ochenteros.

Momento de máxima popularidadEntre 1984 y 1988 dirigió 'La bola de cristal'.

A qué se dedica ahora... Escribe incansablemente, prepara la segunda parte de sus memorias, busca productor para llevar a escena un musical político y tiene varios libros, novelas y ensayos, en desarrollo. Quiere dar conferencias y colaborar en prensa.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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