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diario de un gatuno primerizo

‘Mía’ y la ciudad donde los gatos tienen su imperio

Este fin de semana se estrena 'Kedi', un documental que sigue a siete felinos callejeros de Estambul. Mi gata y yo la vimos en primicia

Pedro Zuazua

Ayer me senté a ver una película con mi gata. Así como lo oyen. Pero todo tiene explicación (bastante friki, pero explicación al fin y al cabo): se trataba de Kedi, la película turca dirigida por Ceyda Torun que hoy se estrena en España. A Mía, no les voy a engañar, la película no le llamó mucho la atención, aunque sí que hubo momentos, cuando aparecían varios gatos en escena, en los que comenzaba a mover la cabeza de forma nerviosa. Sospecho que pensaba “¿no estarás pensando en meter otro gato en mi casa, no?”.

Mi anterior experiencia con una película de animales que no fuera de Disney o Beethoven había sido White dog, que me pareció muy interesante e inquietante. Y eso que aún no había leído las declaraciones de su director, Kornél Mundruczó, que aseguraba querer “un perro que fuera como Jack Nicholson”.

Kedi es de otro estilo. Más que nada porque los gatos son mejores actores que los perros. Nacieron para ello. Son divos. Caminan con altanería. Son estrellas. El filme recorre, a través de la vida de siete peculiares gatos, la relación de los mininos con la ciudad de Estambul. No he conseguido dar con cifras oficiales, pero se habla de centenares de miles de gatos que viven en las calles de la ciudad turca. Y, según lo visto en el documental, y siempre que la voracidad urbanística humana lo permita, seguirán creciendo en número hasta hacerse con el mando

'Mía' viendo su primera película.
'Mía' viendo su primera película.Pedro Zuazua

"En Estambul, un gato es más que un gato. La ciudad perdería parte de su alma sin ellos”, dice una voz en off al inicio de la cinta. Y sólo hace falta ver los andares y la forma en la que los siete protagonistas se desenvuelven por la ciudad para entender que estamos ante algo especial. Porque los gatos allí no huyen de los humanos, sino que caminan entre ellos con el mismo donaire con el que un gato casero lo hace en sus dominios en España. La calle es suya.

Cabe recordar que la ciudad le dedicó una estatua al mítico gato Tombili, que aparecía en varias fotografías sentado en un escalón, con una pata apoyada sobre el escalón superior, en una postura perezosamente humana.

En Estambul hay gatos por todos lados: en los tejados, sobre los coches, subidos a los toldos, en las aceras, durmiendo en la silla de una terraza de un café, quejándose cuando los echan de un restaurante, pidiendo comida con la pata alzada… Y claro, tanto gato hace que los habitantes de Estambul tengan teorías para todos los gustos. Desde el que opina que no son desagradecidos, sino que sencillamente saben más de la vida que los humanos, hasta la que piensa que ser amigo de un gato es como serlo de un extraterrestre (suponemos que ha tenido algún amigo de por allá).

 Los protagonistas de la película son hipnóticos y tronchantes: desde la gata que, a base de mostrar un carácter indomable, se ha convertido en la reina del barrio, hasta Gamsiz, un gato blanco y negro que es ese amigo que todos tenemos del que, a partir de cierta hora de la noche, no debemos separarnos, ya que terminará pasando algo divertido. Otro consiguió un empleo de caza ratones en un restaurante y Duman va cada día al mismo negocio de restauración, pero nunca entra: sencillamente golpea la ventana cuando tiene hambre y espera a que le saquen un poco de pavo y queso manchego, ya que se cansó del roast beef.

 La película es muy original, ya que nos ofrece la perspectiva casi a ras de suelo. Y, aunque no consigue desentrañar el secreto de los gatos, ya que como todos sabemos, es imposible hacerlo, sí que ofrece un retrato robot de los diferentes tipos de gato callejero de la ciudad. Y deja en el aire la intrigante idea de han sobrevivido a siglos y siglos de historia, de guerras e invasiones.

 Pero, sobre todo, nos regala algo impagable: la bondad de los habitantes de Estambul que aparecen en la cinta. Desde el pescador que, al regresar a puerto, va a cuidar de una camada recién nacida al hombre al que traen un gato herido y se mete en un taxi para llevarlo al veterinario. Todas las personas que ofrecen su testimonio hablan con una generosidad y una sensibilidad entrañables y envidiables. Un canto a la bonhomía que ojalá se extendiera más allá de los gatos

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Sobre la firma

Pedro Zuazua
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo, máster en Periodismo por la UAM-EL PAÍS y en Recursos Humanos por el IE. En EL PAÍS, pasó por Deportes, Madrid y EL PAÍS SEMANAL. En la actualidad, es director de comunicación del periódico. Fue consejero del Real Oviedo. Es autor del libro En mi casa no entra un gato.

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