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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Letizia, la reina perfecta

Impresiona que el perfeccionismo de Letizia haya llegado al extremo de consolidarla como la heredera de una milenaria dinastía

La Reina Letizia durante su visita el jueves a Santo Toribio de Liebana.
La Reina Letizia durante su visita el jueves a Santo Toribio de Liebana.Carlos Alvarez (Getty Images)

Impresiona que el perfeccionismo de Letizia haya llegado al extremo de consolidarla no ya como una reina, sino como la heredera de una milenaria dinastía. Delgada, hierática, de tez albina. Y como escribía Valle Inclán en Sonata de Estío,consciente del desdén patricio de los criollos.

No se refería a ella, obviamente, pero el pasaje ilustra la disciplina mental y corporal con que Letizia ha conseguido que el consorte parezca el rey titular. Ocurre con Rania en el reino de Jordania, pero no puede decirse que Abdalá II, a diferencia de Felipe VI, parezca precisamente un monarca esbelto ni distinguido.

Por eso tiene más mérito la metamorfosis de Letizia. Ninguna reina de Europa eleva la barbilla mejor que ella. Ninguna plebeya se habría sofisticado tanto para lucirse ingrávida, a cámara lenta, en la gran alfombra roja de Londres. Que era una pasarela.

No podría sospecharse que fue becaria en el periódico La Nueva España ni podría reconocerse el menor atisbo de su antiguo vasallaje, pero semejante bagaje patrimonial y biográfico representa una ventaja para la reina: viene del otro lado, conoce el otro lado.

Y, por idénticos motivos, sabe lo que esperamos los españoles y los espectadores. Es decir, la abdicación de cualquier liturgia opulenta —un buen ejemplo fue la comunión colegial de Leonor— y una telegenia profesional que Letizia estimula para mirar a la cámara como si la sedujera y robar el plano con sus guantes blancos.

Imaginamos que debe frustrarle el silencio y el papel gregario que delimitan su cargo, sus funciones, pero Letizia ha logrado sofisticar su imagen etérea para romper en añicos el florero y ocupar en solitario la portada del Times. Es la meta reina. Su presencia da que hablar como un remedio al mutismo protocolario y como una reivindicación. Le ocurría a Jackie Kennedy con el presidente. Y le ocurrió a Victoria Beckahm con Beck hasta que decidió ella quedarse con el cetro.

Lo hemos comprobado en Londres con ocasión de la visita de Estado a Reino Unido. Necesita Letizia un vestuario enciclopédico, una vitalidad escénica, teatral, casi como una réplica a la imagen inmutable de la reina Sofía. Por eso cambia de aspecto y de peinado. A Letizia no habría forma de fijarla en un sello ni de acuñarla en una moneda. Y esa personalidad, y esa tenacidad, no sé si hacen de ella una mujer feliz, pero sí la convierten en una reina perfecta.

La prensa británica la ha tratado como tal. Le ha reconocido el mérito de haber superado el desafío que suponía contrastarse y reconocerse delante de la reina de todas las reinas. Que es Isabel II y que ocupa un peldaño superior porque presume de su noción metafísica y porque ha demostrado que la mejor manera de estar cerca del pueblo es alejarse de él con el boato, la liturgia, la dimensión sagrada.

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