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Tentaciones
lo que hay que ver

Así fue dormir con 400 personas en un concierto de 8 horas en Madrid

¿Experiencia mística? ¿Arte efímero? ¿Plan snob para modernos?¿Cultura neurocientífica? El compositor Max Richter convocó a 400 personas para disfrutar (acostados) de su espectáculo ‘Sleep’

Foto cedida por 'Veranos de la villa'.

En un chat de padres del colegio de mis hijos, alguien recomienda asistir al concierto de Max Richter dentro del programa de Veranos de la Villa, en Madrid, claro. “Son sólo 20 euros” -dicen- “En otros países las entradas estaban a más de 100 euros”.Abro el enlace que envían. Dice: “’Sleep’ es un concierto de ocho horas de duración concebido para ser escuchado de noche y con el público acostado. El compositor e intérprete alemán Max Richter, uno de los referentes de la música clásica contemporánea y minimalista, propone esta singular experiencia que subvierte el modo de escuchar música. Richter, que para esta composición trabajó con un neurocientífico con el fin de estudiar el efecto de la música en el subconsciente y su relación con el sueño, define ‘Sleep’ como “una nana para el mundo moderno”, “un manifiesto para un ritmo más lento de la existencia”.

Aviso a mis amigos, pillamos las entradas y a las pocas horas se agotan.

Diana Aller con sus neceseres. "Soy prácticamente la única de las 400 almas que va vestida en pijama".
Diana Aller con sus neceseres. "Soy prácticamente la única de las 400 almas que va vestida en pijama".

Nos presentamos a la cita dispuestos a pasar un sábado noche diferente, relajadito y musical. Pese a que vamos a dormir, soy prácticamente la única de las 400 almas que va vestida en pijama. Descubro para mi sorpresa que la gente duerme en chándal, ropa interior o leggins. La n@ve, el lugar que alberga el concierto (¿o debería decir “la experiencia”?) es un espacio diáfano y amplio dividido en moquetas de colores. Cada durmiente tenemos una pulsera del color de nuestra moqueta, y ahí tenemos que colocar nuestra esterilla, almohada o lo que queramos. Hay quien trae edredón, manta y hasta un peluche.

En las fotos que he visto de ‘Sleep’ en otros países había camas individuales; este es el único lugar donde se duerme en el suelo.

Un periodista me comenta que la mayoría de los asistentes tiene profesiones liberales, que hay mucho freelance y mucha gente que se dedica a la comunicación. Comentamos con mi amigo F. que el fin de relajarse y abstraerse de un mundo estresante es un tanto perverso. En efecto, tenemos vidas consagradas al trabajo y al capitalismo más feroz. Incluso el arte y la cultura son objetos de consumo. Es cuanto menos llamativo que para vivir una experiencia “slow” paguemos dinero y consumamos música rodeados de desconocidos. Incluso durmiendo, que sería el momento idóneo para descansar en solitario y desconectados de verdad.

Pero esa es también la gracia: compartir cama, sueño, bostezos y hasta ronquidos y ventosidades con un montón de gente. Tiene mucho de romanticismo y algo de rareza snob. Al menos es lo que me parece antes de que empiece la música. Hay una sala con agua y fruta y en el exterior cuatro baños. Todo está pensado para el disfrute emocional de contemplación sonora. Justo a mi lado ha “acampado” F., un chico que conocí en Tinder con el que tuve dos o tres citas. Nos saludamos cordialmente y nos ponemos al corriente de nuestras vidas. Me siento en mi esterilla con mi amiga N. y nos disponemos a disfrutar del concierto.

Foto cedida por 'Veranos de la villa'.

Con una breve presentación de la obra y los músicos, Max Richter empieza su obra sentado al piano. Son las once de la noche. Se trata de música clásica con sampleados y sensuales violines que tiene ciertas reminiscencias cósmicas. Es profunda, agradable, envolvente… Cada vez hay menos gente sentada y más tumbada. Una pareja delante de mí se hacen masajes terapéuticos mutuamente y terminan por dormirse abrazados.

Cierro los ojos pero no consigo dormir. Me cuesta encontrar la postura. Son casi las doce ya y voy a la moqueta amarilla a hablar con mis colegas A. y F. Me dicen que les duele todo y que no pueden dormir en el suelo. En las fotos que he visto de ‘Sleep’ en otros países había camas individuales; este es el único lugar donde se duerme en el suelo. Para mi sorpresa y su tristeza, abandonan la experiencia, el recinto y se van a su casa. No son los únicos… Veo marcharse a más gente, poco amiga del maldormir. Puede que no estemos en edad de camping (la media está en los trentayalgo) pero la experiencia requiere cierto sacrificio.

Preparando la 'cama'.
Preparando la 'cama'.Foto cedida por 'Veranos de la villa'.

Me tomo un relajarte muscular y me tumbo de nuevo respirando hondo y dejando que la música penetre por entre mis neuronas. Así sí. En un extraño estado de duermevela pienso en el punto vital en el que estoy, se me empieza a ir la cabeza sosegadamente. Pienso en lo afortunada que soy por dedicarme a mi trabajo. Me gusta tanto escribir que lo haría gratis (aunque no sea muy producente decirlo aquí). Pienso también en mi madre, que no me dijo que me quería hasta que murió mi padre. Y pienso en mis hijos a los que les recuerdo mi amor cada día a la mínima. También me vienen a la cabeza todas las parejas que he tenido, y como me he autoboicoteado para que no desembocaran en estabilidad. Me doy cuenta del miedo atroz que tengo al equilibrio y la consistencia. Tal vez ya estoy preparada para una relación sólida y limpia. Tal vez. Mis pensamientos deshilvanados y anárquicos se mezclan con una melodía demasiado alta, pero absolutamente dulce y genial. Una voz femenina entona sincopadamente con las luces débiles y móviles proyectadas el techo. Paso por un estado hipnótico maravilloso y me duermo.

Me despierto a las tres y media de la madrugada. Me siento un rato. La mayoría duerme. Me parece precioso ver a la gente dormir, escuchando música, ahora más profunda y tecnológica, sin instrumentos de cuerda. De hecho, no hay músicos en el escenario; solo Richter al piano, con una partitura de papel al frente. Me tumbo boca arriba y me quedo dormida de nuevo.

Foto cedida por 'Veranos de la villa'.

Me despierta un beso en la boca. Un beso blando, sensual y húmedo que me pone un poco cachonda. Es F, que me dice que ya está terminando el concierto. Descubro con sorpresa que a mi lado no está N. sino mi amiga A, que me dijo que estuvo a punto de venir. Se ve que al final se ha animado. Voy a tirar la botella de agua a un contenedor en el que hay muchas hormigas. Fugazmente pienso que, si yo fuera hormiga, también elegiría ese rincón del lateral de la nave para vivir. No comprendo por qué sigue la música si ya ha terminado el concierto. Miro a mi alrededor desconcertada y descubro que esto último ha sido un sueño. Son las 5.50h y queda más de una hora para que finalice.

Me acerco al escenario, hay gente sentada en primera fila, como hipnotizada. Saludo a mi amigo R. y me siento a su lado un rato. Es maravilloso todo. Siento una especie de alteración mística de la conciencia. Casi en éxtasis, decido ir a hacer pis, para no tener que hacer cola cuando despierten todos. En el baño me encuentro a T., un chico con el que me enrollé hace unas semanas. Cuando vuelvo a mi esterilla me planteo qué hacemos aquí ¿Acaso somos una pandilla de solteros sin grandes responsabilidades buscando experiencias nuevas pero sin arriesgar demasiado? Tal vez hay algo de eso. Intento dormir pero ya no puedo conciliar el sueño.

Foto cedida por 'Veranos de la villa'.

No sé si por un mecanismo propio de la composición musical o por qué, pero cinco minutos antes de las siete (la hora prevista para finalizar el concierto) ya todo el mundo está despierto. Todos sentados, con cara de emoción y sueño, disfrutando de la apoteosis final. Cuando al fin se hace el silencio, estallamos en un sentido aplauso que se prolonga varios minutos y provoca que Max Richter y sus músicos salgan a saludar después de haberse ido.

Foto cedida por 'Veranos de la villa'.

Después nos espera un desayuno en el exterior. N. me cuenta que en uno de los intervalos de sueño (todos hemos dormido a trompicones) también ha soñado que terminaba el concierto y ella cargaba con unos imanes. Miro alrededor, bajo la luz clara y serena de un domingo madrileño: Hay algo que me une a todos estos desconocidos que veo a mi alrededor. Algo único y maravilloso. No sé si será el efecto artístico de la “nana para el mundo moderno”, pero me alegro de que la neurociencia no sólo se aplique al consumo y a las ventas. Es maravilloso que alguien se haya tomado la molestia de alterar artísticamente nuestro inconsciente en una noche incómoda, colectiva y prodigiosa.

Ojalá la impronta sea tan positiva como ahora mismo parece. Ojalá.

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