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Hipotecar cocos para tener salud España destina fondos de la cooperación para impulsar la producción de este alimento de manera sostenible en seis comunidades de Eloy Alfaro (Ecuador), combinando saberes antiguos con nuevas técnicas para la comercialización. Gilberto y Alicia son beneficiarios de este programa. Así es su vida Gilberto enseña un ejemplar de camarón que encuentra entre las capturas del día. Es la mejor época para pescar esta especie y, para un pescador artesanal como él, una de las piezas más preciadas debido a su alto valor de mercado: cuatro dólares la libra (450 gramos, unos doce ejemplares). Gilberto hace un alto mientras enseña la finca, próxima a su casa y a la que se llega en barca, donde plantan cocos. Como la pesca es rentable pero inconstante, se dedica a la agricultura para poder afrontar las necesidades de su familia con algo más de estabilidad. "El pescado es para la comida, los cocos son para los pagos, la deuda. Si uno solo vive de la pesca, cuando no hay, puede tener problemas", dice convencido. Alicia recoge un coco de la finca que cultiva junto a su esposo Gilberto. Ambos trabajan a la par para sacar adelante a sus hijos y nietos. El cultivo de coco les permite tener unos ingresos extras para complementar los de la pesca, y poder hacer frente a los 480 dólares mensuales que pagan de cuota por dos préstamos. De regreso, Gilberto descarga la faena del día junto a sus hijos y familiares. Posee dos botes de fibra con motores fuera de borda,con los cuales mantiene a la familia, y que ha comprado gracias a un préstamo que paga todos los meses. Uno lo pilota él y el otro, su hijo Guido. En un buen día de pesca pueden ganar 20 dólares. Alicia reposa mientras su hija Carolina, de 23 años, revisa la medicación que le va a suministrar. Sufre dolores agudos en la parte derecha del abdomen. "Cada tanto siento estos dolores", dice resignada y con voz apenas audible. Un médico en prácticas que atiende en su comunidad le ha recetado un analgésico, pero su mal no remite y la familia está muy preocupada. "Que se recupere, ella es el motor de la casa. Tengo una mujer bonita, echada para adelante, de harto sentimiento", asegura Gilberto de su esposa. En la casa, todos colaboran para generar ingresos con los cuales hacer frente a los gastos diarios y las deudas. Gilberto habla por teléfono con su hija para saber las últimas novedades sobre el estado de salud de Alicia mientras carga gasolina para salir a faenar un día más. La noche anterior tuvo que llevarla al Hospital Básico Civil de Borbón, una localidad a 15 minutos en lancha de su casa, donde fue ingresada de emergencia. Gilberto Rodríguez Alarcón, 47, salen a la mar al amanecer. "Esta vida es dura. Uno llega quebrado a casa, pero hay que darle", reflexiona. La preocupación es doble: por un lado el estado de salud de su mujer, por otro saber cómo van a hacer frente al coste de la atención médica. “Si la sacamos de aquí [de La Tolita], ahí sí ya nos cuesta”, afirma pensativo. Carolina le comenta a una vecina la última hora acerca del estado de salud de su madre, camino del embarcadero donde por dos dólares cogerá una lancha colectiva para ir a visitarla. La Tolita de Pampa del Oro, comunidad en la que viven, es una zona deprimida que se encuentra a orillas del río Santiago, donde el salario diario no pasa de 10 dólares. Carolina viaja en lancha colectiva hasta la ciudad de Borbón para visitar a su madre ingresada en el Hospital Básico Civil de la ciudad, donde la espera una hermana. Ante la ausencia de su madre, y con ayuda de su cuñada Jennifer (de 18 años), es Carolina es quien se ha hecho cargo de mantener en funcionamiento la casa, preparar la comida para quienes salieron a pescar al amanecer y dejar organizados a sus hermanos pequeños. Carolina ofrece un té a su madre. Comparte habitación con otras cuatro personas y la atmósfera es sofocante. Aún está débil y sufre dolores agudos. Ha rechazado el desayuno, consistente en tomarse el té, un yogur y el omnipresente plátano. Carolina está nerviosa y preocupada al ver que no come, ajena al suero alimenta a su madre. Carolina avisa a su familia acerca del estado de su madre, sentada junto a su hermana en un pasillo del hospital. Aún no lo sabe, pero pasarán todavía seis días hasta que su madre sea dada de alta, con dolores y sin un diagnóstico ni tratamiento definitivo. Días después, en una clínica privada, le diagnosticaron cálculos en la vesícula, una dolencia frecuente entre mujeres mayores de 40 años y cuyos factores de riesgo, entre otros, son altos niveles de colesterol y una nutrición deficiente. La operación en la clínica privada les costará 600 dólares, una autentica fortuna para una familia con los ingresos de los Rodriguez Muñoz. Para poder hacer frente a los pagos sanitarios, han hipotecado la producción de cocos de los próximos seis meses.