Perdidos
Los desequilibrios se neutralizan con el silencio aplastante de un paisaje donde la naturaleza es dueña de todas las leyes
He estado unos días en desconexión parcial consciente y no saben cuánto me alegro porque ha sido volver a prestar atención y encontrar más de lo mismo. Famosillos saltando de un helicóptero para participar en un reality que empezó siendo aventura de supervivencia y se ha convertido en cantera infinita del chisme nacional para mayor gloria de la cadena televisiva especialista del género. Políticos y empresarios que nos han evangelizado sobre la necesidad del sacrificio —el nuestro, claro—, conducidos respetuosamente a chirona por la misma Justicia bizarra que se empeñan en obstaculizar. Bombardeos preventivos, atentados yihadistas, arrogancias nacionalistas y ejecuciones por inyección letal que solo conducen al estupor de quien mantiene algo de altura de pensamiento.
Dejémonos de eufemismos: he estado de vacaciones y el retorno invita a compartir lo básico. Que los desequilibrios se neutralizan con el silencio aplastante de un paisaje donde la naturaleza es dueña de todas las leyes. Que la falta de empatía hacia el prójimo se combate con charlas auténticas y sonrisas de desconocidos. Que las dudas sobre hacia dónde van nuestras vidas se diluyen cuando encuentras fresas silvestres al borde de un camino y las recoges con el mismo asombro de quien hubiese topado con la fórmula de la vida eterna. Que un influencer no tiene nada que contarnos enfrentado a una aldeana que pasea ofreciendo un brazo protector a su padre pastor y ya anciano.
Me fui perdida y he vuelto consciente. Si la receta pasa por transitar por los cántabros valles pasiegos, no parece tan difícil solucionar tanto desmán como nos rodea.
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