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Tribuna
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La hora de Carrillo

Logró convencer al gobierno y a los capitalistas de que Comisiones y el Partido tenían fuerza suficiente para desestabilizar

Antonio Elorza
Santiago Carrillo
Santiago CarrilloCLAUDIO ÁLVAREZ

Fue imposible concentrarse en la Puerta del Sol, ocupada por la policía, que también respondió a los saltos en las calles cercanas. Así que al quedar aislado junto a la famacia Gayoso, con los grises viniendo a la carrera, no hubo otro remedio que imaginar la propia invisibilidad y cruzar tranquilamente la plaza, entre detenidos y pelotazos de goma. Al otro lado, junto a Hacienda, José Sandoval, un comunista entrañable, miraba en solitario el paisaje de la batalla. Nos saludamos sonriendo. Santiago les había hecho una buena jugada, al hacer inevitable su detención, el 22 de diciembre d 1976, motivo de la inmediata protesta. Si le mantenían en la cárcel, era un escándalo inútil; si le soltaban, normalizaban su presencia en España y abrían el camino para un PCE legal. Le soltaron.

El doble juego de movilizaciones y huelgas a lo largo de 1976, por un lado, y de maniobras políticas para unir la oposición y presionar sobre el gobierno Suárez, por otro, constituyó uno de los mayores éxitos en la trayectoria política de Santiago Carrillo. Logró convencer al gobierno y a los capitalistas de que Comisiones y el Partido tenían fuerza suficiente para desestabilizar todo intento de salida pseudodemocrática, y también de que esa fuerza estaba sometida a un estricto control político, incluso en los momentos más difíciles. Como tantas veces se ha dicho, después de la imponente respuesta al asesinato de los laboralistas de Atocha, era muy difícil dar con razones para cerrar la puerta al PCE. Aunque unidos en la Platajunta, el PSOE no colaboró pensando en salir antes en la carrera para las elecciones. Fue útil en cambio el eurocomunismo, con la cumbre de marzo en Madrid: si eran democráticos los partidos de Berlinguer y Marchais, ¿cómo se podía excluir al PCE? Desde la entrevista con Suárez, todo se reducía a vencer en una carrera de obstáculos, con el Ejército como barrera última.

La legalización generó grandes esperanzas, pero pronto entró en juego una serie de factores negativos que hicieron al Partido minoritario en las urnas. Faltó tiempo de abril a junio para enlazar con una sociedad española sometida a décadas de propaganda anticomunista y persistía el miedo a la guerra civil; fueron evidentes tanto la falta de encaje entre el partido del interior y los dirigentes del exilio como la distancia entre los demócratas y los comunistas tradicionales; concesiones como la bandera bicolor o la monarquía irritaron a muchos militantes, y tampoco ayudó el estilo de Carrillo, que apostaba por la democracia desde una concepción estalinista. Por fin llegó la gran concesión de los Pactos de la Moncloa, necesarios pero impopulares. La legalización llevaba dentro el germen de la autodestrucción.

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