Un orden internacional propio
Al igual que otros presidentes desde Harry Truman, Donald Trump aspira a la construcción de una doctrina que acabe por llevar su nombre
La incertidumbre, sobre la que se basa buena parte de la estrategia de Donald Trump, también tiene límites. Una vez se ha producido la disrupción, se ha erosionado el poder establecido y los viejos ídolos yacen agrietados en el sueño, el propio disruptor busca un principio de estabilidad. Si el orden liberal internacional tal como lo hemos conocido en los últimos 70 años ha entrado en crisis, el imperio del caos que lo ha sustituido aspira también a convertirse en una doctrina política sobre el mundo, es decir, en un orden internacional distinto o al menos en un relato que interprete la realidad bajo la visión trumpista.
Donald Trump no facilita precisamente las cosas con su narcisismo, su propensión a la mentira y sobre todo su ignorancia enciclopédica, y todavía menos cuando improvisa contribuciones ideológicas de 140 caracteres con sus compulsivos tuits nocturnos. Tampoco las facilita la débil estructura de su Gobierno, donde cuenta más la lealtad personal e incluso familiar que la preparación personal. Ni la hostilidad declarada entre el presidente y las comunidades de inteligencia y de asuntos exteriores, demócratas y republicanos confundidos; es decir, los espías y policías de los que el presidente desconfía, y los diplomáticos y expertos en relaciones internacionales de un Departamento de Estado al que la Casa Blanca ha marginado.
Trump ha conseguido fichar para su Gobierno a economistas, militares, expertos comerciales o en política migratoria, pero su cosecha en relaciones exteriores es nula. Al vacío que hay en su cabeza y en la de sus colaboradores más próximos, como su yerno Jared Kushner, se añade el vacío que le ha hecho el establishment republicano, hasta el punto de que ha tenido que fichar a un empresario del petróleo sin experiencia política como Rex Tillerson para dirigir el Departamento de Estado.
Un grupo de nuevos y oscuros ultraconservadores llenan el vacío intelectual de la Casa Blanca y responden al boicot del aparato republicano
Para compensarlo, un grupo de desconocidos personajes de segunda fila del mundo más conservador acaba de poner en marcha una revista con aspiraciones orientativas para la nueva Casa Blanca, en la que se presenta como pieza más destacada un artículo titulado ‘América y el orden internacional liberal’, que pretende explicar cuáles son las ideas de Trump acerca del mundo, aunque su propio autor reconoce implícitamente la dificultad: “La verdad es que Trump ha articulado desde el principio, quizás de forma incompleta e inconsistente, las respuestas correctas a las cuestiones correctas —inmigración, comercio, guerra—”.
Michael Anton es un oscuro experto en seguridad, sin títulos académicos destacados, que colaboró como asesor de comunicación con el alcalde de Nueva York Giuliani y con el presidente George W. Bush y ahora acaba de entrar en la Casa Blanca. Su primer salto a la fama se produjo por la publicación durante la campaña de otro artículo, titulado ‘La elección del vuelo 93’, en otra revista conservadora, Claremont, en la que comparaba a EE UU con el avión secuestrado el 11-S en el que los pasajeros se enfrentaron a los terroristas. Para Anton, la elección de Trump equivale a que alguien sin conocimientos de pilotaje arranque los mandos del aparato a quienes están conduciéndolo hacia el desastre seguro.
Para Anton, la elección de Trump equivale a que alguien sin conocimientos de pilotaje arranque los mandos del aparato a quienes están conduciéndolo hacia el desastre seguro
La revista donde Anton ha publicado su nuevo artículo se llama American Affairs, en abierta imitación de Foreign Affairs, la publicación fundada en 1922 y editada por el Council on Foreign Relations, que constituye el mayor y más antiguo emblema intelectual del compromiso de EE UU con el orden internacional iniciado por el presidente Wilson con su intervención en la I Guerra Mundial y en la Paz de Versalles. No es casualidad que Foreign Affairs acabe de sacar un número especial bajo un título provocador que constituye por sí solo una respuesta al trumpismo: ‘¿Qué era el orden liberal? El mundo que podemos perder’. Según escribe su director, Gideon Rose, “si la Casa Blanca intenta convertir sus ideas más extremistas en políticas concretas, colapsará el sistema entero en el que se basan la seguridad global, la estabilidad y la prosperidad”.
El editorial de American Affairs descalifica “la política exterior de las dos últimas décadas (puesto que) conduce al fracaso y a la incoherencia estratégica”, algo de lo que responsabiliza a unas élites “que lamentan el ascenso del populismo —de derechas o de izquierdas— porque pone en peligro los fundamentos del sistema político, de nuestras costumbres nacionales e incluso de la democracia”. American Affairs, por el contrario, cree que “este relato convencional es falso y autojustificativo, y revela el aislamiento de los políticos y del estatus ansioso de los intelectuales” y ofrece sus páginas a la discusión “fuera de los dogmas convencionales”.
Anton pretende dar forma al caótico mundo de Trump mediante una simplista ecuación organizada en torno a la prosperidad, el prestigio y la seguridad de EE UU. “Los objetivos propios de una política exterior son evitar la pobreza, el desprecio y la muerte”, asegura. El actual orden internacional no sirve para estos objetivos, según su visión nacionalista y aislacionista, que limita el intervencionismo exterior meramente a la defensa de los intereses más directos en la esfera del mundo bajo influencia de Washington. Como consecuencia, EE UU debe desentenderse de los problemas del mundo y dejar de apoyar la extensión de la democracia, el libre comercio y el orden liberal en las partes del planeta que no le conciernen, en una especie de nueva doctrina Monroe (América para los americanos) ampliada a la idea de Occidente.
La diplomacia, las instituciones internacionales o el llamado soft power (poder blando) no merecen la atención del artículo. El prestigio y la influencia de EE UU solo están vinculados a “la fuerza, la riqueza y la sensación de estar en alza o al menos estable en vez de ser un poder en declive, y se hace más firme especialmente con algo que está por encima de todo: la victoria”.
Anton ha intentado hacer con Trump lo que el célebre diplomático George Kennan hizo con Truman, al publicar en 1947, precisamente en Foreign Affairs, el artículo ‘Las fuentes de la conducta soviética’, una versión adaptada de uno de los textos diplomáticos más influyentes de la historia, el llamado ‘Telegrama largo’, remitido desde Moscú al Departamento de Estado en 1946, en el que se analizaban las características del régimen soviético y se proponía la política de contención que constituyó poco después la llamada doctrina Truman, con la que empezó la Guerra Fría.
El resultado del nuevo intento es de una mediocridad apabullante, como han señalado ya varios expertos, y nada bueno permite albergar sobre la futura política de Trump. Nada ha regocijado tanto a sus críticos como la cita de autoridad que hace Anton de alguien que “es malo pero no estúpido”, al que no menciona, pero que está en perfecta sintonía con la doctrina Trump: “Cuando la gente ve un caballo fuerte y otro débil, por naturaleza le gusta más el fuerte”. Esta obviedad de criador de caballos, convertida en sentencia filosófica, pertenece a Osama Bin Laden y le gusta tanto a Anton que la repite dos veces en su sesudo artículo.
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