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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Claro que no había dioses en el Olimpo de Podemos

Es evidente lo que se dirime en Vistalegre II: quién manda y con qué margen

Pablo Iglesias, entrevistado en EL PAÍS el 8 de febrero.
Pablo Iglesias, entrevistado en EL PAÍS el 8 de febrero.S. Sánchez

Entre 2014 y 2016 se produjo un gran movimiento de confianza hacia los nuevos partidos. Millones de personas creyeron de verdad que toda la culpa de la crisis económica y de la corrupción recaía en el anterior bipartidismo, presentado como un compendio de males sin mezcla de bien alguno, y que había contaminado irreversiblemente el “régimen del 78”. En especial, de Podemos se esperaba una auténtica regeneración de la vida pública y una fuerte rectificación del rumbo social de España. De ahí el estupor causado ahora por sus descarnadas luchas intestinas.

Los comunicadores de Podemos —y muchos son muy buenos— indujeron una serie de retóricas inflamadas destinadas a crear ilusiones. Insuperable aquella de “el cielo se toma por asalto”, lanzada por Pablo Iglesias en la asamblea de Vistalegre I, que asustó a los buenos burgueses tanto como generó falsas expectativas. La realidad ha llevado rápidamente a Podemos a zambullirse en el mismo terreno de peleas por el poder que otros. Aquí no se encontraba el germen de nuevos seres superiores más honrados, justos e inteligentes. Está clarísimo lo que se decide en Vistalegre II: quién manda y con cuánto margen puede hacerlo, lo mismo que le ocurrió al PSOE de diversas épocas (también ahora) y que recuerda el historial de crisis acumulado por IU.

No es agradable reconocerlo, pero la política consiste fundamentalmente en esto: una constante lucha por el poder. Nadie escapa a ello porque es el fundamento del oficio. Las ideas políticas, por interesantes que parezcan sobre el papel, no dan resultados sin la capacidad de aplicarlas, comenzando por imponerlas en el interior de las organizaciones. Y además están las ambiciones que azuzan la lucha contra los rivales, los escudos que se levantan para sobrevivir a las acometidas, la utilización cuando conviene de medios sucios, la conspiración, muchas veces el sectarismo.

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Bien. ¿Y esto es insoportable? ¿Tal vez el fin de la democracia? Todo esto es parte ineludible de la política. Como lo fue en la época del tan denostado bipartidismo español, como le sucedió a la derecha en tiempos más remotos, como ocurre en otras democracias. Muchos esperaban la actuación de dioses de un nuevo Olimpo y ahora se lo encuentran habitado por seres humanos, con la particularidad de que sus ambiciones superan ampliamente la media de las de sus seguidores.

Si conseguimos elevarnos del pasmo producido por las luchas de Podemos, hay que recordar la causa principal de la enorme crispación política que se vivió en España durante la primera etapa del siglo XXI: fue la extrema polarización entre PSOE y PP, las dos únicas opciones relevantes a escala española. En vez de poner tanta cara de asco hacia el viejo sistema político y partidista, conviene saludar que las opciones disponibles para los ciudadanos españoles se hayan ampliado. Al menos, las urnas han dictaminado que ahora hay cuatro

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