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MUERE BIMBA BOSÉ
Columna
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Bimba en carne mortal

La muerte de Bimba Bosé es una historia triste como la de tantos. Ella llamó a las cosas por su nombre desde el primer minuto hasta el último

Bimba Bosé fotografiada para 'El País Semanal' en 2013.
Bimba Bosé fotografiada para 'El País Semanal' en 2013.nico
Luz Sánchez-Mellado

A veces, se te hiela la sangre al refrescar la pantalla del móvil. Acaricias el cristal para actualizar por enésima vez las noticias esperando toparte con el enésimo Trumpazo, lees: “Muere Bimba Bosé a los 41 años”, y se te caen a plomo las defensas, las certezas y los ánimos. Bimba y muerte en la misma frase y no es un oxímoron: la vida es un asco; el mundo, una mierda; no somos nadie. Sabíamos por ella que estaba enferma. Por ella sabíamos que la cosa iba en serio. Ella y no otros había llamado desde el primer al último minuto a las cosas por su nombre. Pero siempre es demasiado pronto para morir, aunque se sepa. Bimba, lo decía su nombre de paz y de guerra, era todavía una muchacha. Quizá no tanto de armas tomar como de no deponerlas. Y su fin nos pone a todos en nuestro sitio.

Conocí a Bimba brevemente, hace cuatro años, durante una entrevista y una sesión de fotos para El País Semanal sobre la belleza rara. A fe que ella lo era. Bella. Y rara. Por única, por singular, por excéntrica, por hija de su padre y de su madre. Una mujer alta, grande, aparatosa, intimidante, incluso, con la rotunda anatomía y la delicada fisonomía de su casta ahormada por un esqueleto y una voluntad de hierro. Llegó como una amazona, en bici entre el caos del tráfico, camuflado el cuerpo bajo un jersey y un pantalón de guerrillera urbana, y aplastado el pelo a lo Juana de Arco bajo el casco. Acorazada, sí, como reconoció luego, por la armadura con la que se enfrentaba desde adolescente a los prejuicios ajenos.

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Costaba reconocerla luego, cuando emergió de la sesión de maquillaje y peluquería convertida en una diosa de la feminidad carnalísima y juguetona con la cámara de Nico, el fotógrafo. Una mujer poderosa, a gusto con su cuerpo y con su cerebro y, sí, con una autoestima a prueba de papanatas y de toda la corriente de hipercorrección e hiperperfección política y estética imperante. “Para mí lo bello, lo atractivo, reside precisamente en la imperfección y en el error. No todas somos flacas de ojos azules y con el cuerpo perfectamente depilado. Me niego a que me impongan ese canon”, diría, antes de bajar por fin la guardia y ponerse a hablar de lo humano y lo humano, porque para divinos ya estaban los ángeles del museo de su abuela Lucía. Habló así de sus amores. De sus hijas, Dora y June. De sus amigos, entre ellos David Delfín, aún sin diagnosticar, como ella, del mal de tantos que ahora se la ha llevado por delante. Habló de todos y de casi todo con la relativa rebeldía de quien todo lo tiene pero con la elegancia de quien pasa por la vida sin querer molestar a nadie, o solo, si acaso, a los puritanos con los pecados de la carne.

Al poco de aquellas fotos y aquella charla, llegaron las primeras malas nuevas que ahora se han resuelto de la peor manera posible. Ha muerto Bimba Bosé a los 41 años. La noticia no es insólita, por supuesto. Un cáncer de mama, una metástasis, un colapso, una catástrofe para ella y los suyos. Una más, una menos. Una historia triste como otra cualquiera. Lejos de la épica de trinchera de los que arengan a luchar a los enfermos hasta hacerles casi culpables de su posible derrota, y de la lírica de los que pregonan que la actitud lo es todo frente a un hecho bioquímico, la realidad suele ser más prosaica y, a veces, hay poco que hacer sino gozar de los últimos tiempos, preparase para la partida y acompañar al enfermo en las vísperas del viaje. Hablaba aquel día Bimba de la importancia de la individualidad, de la diferencia, de la propia fortaleza para resistir frente a los estereotipos. Frente a los otros papanatas, que haberlos también los había, que la llamaban divina a todas horas, su adiós la ha hecho, más humana que nunca: carne de nuestra carne.

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Sobre la firma

Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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