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MIRADOR
Columna
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Mis muertos

¿Cómo se puede preguntar todavía si alguien tiene derecho a enterrar bien a quien fue mal enterrado? Y lo pregunta casi siempre gente que va a la iglesia

Jorge M. Reverte
El rey Juan Carlos  asiste al acto celebrado para despedir a Fidel Castro.
El rey Juan Carlos asiste al acto celebrado para despedir a Fidel Castro.

Todo el mundo tiene a sus muertos como lo más sagrado. Pero hay una especie de conjura para que no haya manera de tener la fiesta en paz con ellos. Para empezar la Iglesia católica ha dicho que no se pueden aventar las cenizas de los muertos de uno, sino que deben ser guardadas en lugares sagrados. ¡A ver qué hago yo para recuperar las cenizas de mis padres, que están en la sierra o en el mar! No hay manera, ya no podré cumplir nunca, tampoco en esto, con Roma.

Y después de eso, viene el famoseo, que se me ha colado en noviembre, para boicotearme el que tengo yo señalado como el mes de los muertos. No solo porque empiece con la fiesta dedicada a ellos, sino porque es un mes, al menos en la latitud en la que habito, sombrío, helador, arisco y precursor del invierno. Noviembre no hay por dónde cogerlo, a pesar de la belleza de las hojas sobre las laderas de las montañas. En la ciudad, las hojas muertas amenazan al paseante con una superficie hecha para el patinaje pero subvencionada por alguna empresa que viva de las piernas rotas y las prótesis de cadera. Pues noviembre, que ya estaba ocupado por la muerte de Franco y su compañero de habitación, José Antonio Primo de Rivera, se nos llena de Fidel Castro. Uno ya no puede morirse ni tener muertos cercanos a los que recordar en noviembre.

Yo hasta ahora siempre he pensado, sin datos, que James Joyce escribió Los muertos en noviembre, y que John Huston rodó la película homónima en el mismo mes. Algún listillo habrá que me saque del error.

El caso es que me están dejando mi relación con los muertos muy complicada. Ni en el cine ni en la literatura ni en la vida diaria, en la que está incluida la muerte diaria.

Y además vivo en un país en que los muertos se usan para dar garrotazos al vecino. Por razones que no vienen al caso ando estos días predicando sobre la Guerra Civil. Y es bastante frecuente que en las reuniones con la prensa o sin ella salga alguien que pregunte por la licitud de las reclamaciones sobre enterramientos.

Mala España esta. ¿Cómo se puede preguntar todavía si alguien tiene derecho a enterrar bien a quien fue mal enterrado? Y lo pregunta casi siempre gente que va a la iglesia.

Se comprenderá que yo, al menos, tenga hecho un lío lo de mis muertos y los del país. ¿Hay alguien que sepa recuperar con un cedazo las cenizas entre la arena, o entre las aguas del Mediterráneo? Igual de difícil parece convencer a algunos de nuestros católicos de la necesidad de enterrar bien a los muertos.

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