El arte contemporáneo
Es algo maravilloso pero, claro está, también es una gran broma privada. Por eso me temo que un día llegue la policía de lo literal y diga: hasta aquí hemos llegado

Estudié Bellas Artes en Cuenca a mediados de los noventa y allí desarrollé un amor incondicional por el arte contemporáneo. En aquellos años locos, locos, locos, vi de todo: una compañera que, en clase de Escultura, se presentó amasando el aire diciendo que traía bolas de energía; otro que dijo trabajar sobre la desaparición y que, efectivamente, antes de que terminara el primer trimestre ya había desaparecido; otro que, en el mejor happening que haya visto jamás, se rasuró el vello púbico para después pegárselo con cola en el labio superior -completando así un traslado de abajo arriba)-… En fin, que me extasié.
El arte contemporáneo es algo maravilloso pero, claro está, también es una gran broma privada. Por eso me temo que un día llegue la policía de lo literal y diga: hasta aquí hemos llegado. Se acabó el arte contemporáneo. Tienen 15 días para recogerlo todo. Y nosotros resignados, conscientes porque nos olíamos la tostada de que la cosa había llegado demasiado lejos, diremos que sí, que lo entendemos. Es probable que luego nos reprochemos unos a otros el desenlace: es que los artistas conceptuales os pasasteis mogollón, la culpa es de los del arte povera, anda que los expresionistas abstractos vaya tela, ¡los artistas sonoros sois unos gilipós!
Pero, mientras tanto, y hasta que esto llegue, sigamos disfrutando.
PD: Después de escribir estas líneas, en una exposición me detuve más de media hora en una obra que era una sombra inquietante en la pared, hasta que el vigilante de la sala me aclaró que simplemente era una mancha de humedad.
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