El secundario
Nunca hablamos de Greg Kinnear. Nadie vende camisetas con su imagen, y su divorcio no dará titulares. Sin embargo, lleva toda la vida con nosotros
Nunca hablamos de Greg Kinnear. Nadie vende camisetas con su imagen, y su divorcio no dará titulares. Sin embargo, lleva toda la vida con nosotros: lo compadecimos mientras lo torturaba su vecino en Mejor... imposible, solo que el vecino era Jack Nicholson, así que olvidamos al bueno de Greg. Nos repugnó su caída en desgracia de Desenfocado. Tristemente, compartía cartel con Willem Dafoe, y uno no puede apartar la vista de Dafoe. Nos hizo reír en Tienes un e-m@il pero... ¡Tom Hanks!
La culpa es de su rostro. A diferencia de los seres humanos, las grandes estrellas llevan el triunfo estampado bajo la frente. Bruce Willis tiene cara de que se saldrá con la suya por las buenas o por las malas. Hugh Grant tiene cara de que lo hará por las buenas. En cambio, Greg Kinnear es guapo de un modo totalmente convencional, como un vendedor de tele tienda, y tiene un aspecto frágil. Su cara grita "yo tenía un gran futuro pero algo se torció." Una pinta así te condena a ser el eterno secundario.
Kinnear acaba de volver a salas españolas como el Brian Jardine de Verano en Brooklyn: un actor del montón que vive mantenido por su mujer. Como buen artista, el personaje trata de explicarle a su hijo que el dinero no es lo importante. Pero el bolsillo le pincha su discurso... y su autoestima. Duele porque nos ha pasado: el dinero saca lo peor de nosotros.
Como de costumbre, Kinnear se nos parece más que cualquier galán de taquillazo. En nuestras vidas, todos somos actores secundarios. Quizá sea por eso, por pudor, que nunca hablamos de él.
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