Poca broma
Reírse de uno mismo es el mecanismo que tienen los brillantes para equilibrar el consenso que hay alrededor de su talento, belleza, o ambas cosas a la vez
“La naturaleza de la comedia hoy en día hace cada vez más complicado que uno pueda hacer bromas riéndose de sí mismo”. Este tan certero análisis no lo hizo ni Billy Crystal ni Jimmy Fallon ni siquiera Eduardo Inda. Las palabras las dijo Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, tras la cena que su diócesis organiza cada cuatro años y en la que reúne a los dos candidatos a la presidencia de EE UU frente a un puñado de notables. Los presidenciables dan un discurso durante el acto. Hasta hace bien poco, la tradición dictaba que dedicaran esos parlamentos a reírse de sí mismos, algo bastante adecuado en un ambiente católico. Pero este año, tanto Clinton como Trump optaron por hacer bromas sobre su rival, lo que convirtió el asunto en algo mucho menos interesante. De cualquier modo, el hecho de que la mejor broma de Trump fuera sobre una mujer de laca (la suya) y la de Clinton sobre una mujer de cobre (la Estatua de La Libertad) dice bastante sobre cada uno de ellos.
Reírse de uno mismo es el mecanismo que tienen los brillantes para equilibrar el consenso que hay alrededor de su talento, belleza, o ambas cosas a la vez. La falta de gente con agallas para bromear sobre sus propias imperfecciones habla tanto de la falta de seguridad en sí mismos de quienes deben hacer los chistes como de su poca confianza en que se vayan a entender. Después de todo, una broma fallida (o no entendida) sobre otra persona se convierte en un insulto, pero una broma fallida (o no entendida) sobre uno mismo puede entenderse como una confesión. Y eso es mucho peor.
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