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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Evitar otra crisis

La inquietud sobre el Deutsche Bank obliga a considerar un rescate urgente

Mario Draghi, presidente del BCE
Mario Draghi, presidente del BCEREUTERS

Hay varias razones para creer que los temores del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre el Deutsche Bank y, de rebote, sobre la estabilidad de la banca europea están perfectamente fundados. El modelo del banco alemán no es sostenible, el deterioro de la rentabilidad del negocio bancario —agravado por la necesidad de mantener una política de bajos tipos de interés en el área del euro— está deteriorando su situación y una quiebra o rescate obligado y perentorio del Deutsche provocaría una grave convulsión en el sistema financiero europeo y, por extensión, en el sistema global. Hay otra razón más: los mercados no han creído en los desmentidos sedantes del Gobierno alemán y siguen actuando como si el banco necesitará con urgencia una solución drástica. Que sólo puede ser o rescate según el sistema europeo (bail in) o mediante ayudas públicas directas.

El criterio rector con el que deben operar tanto el Gobierno alemán como las autoridades comunitarias en este caso es que el sistema financiero europeo no puede permitirse un desarrollo catastrófico del caso Deutsche, ni, por cierto en otros como el del Commerzbank o los italianos Monte dei Paschi o Unicrédito. Por lo tanto, herr Schaüble y el BCE tendrán que decidir con cierta rapidez sobre la pertinencia y urgencia del rescate.

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Las ventajas de un rescate inmediato son evidentes. En primer lugar, porque la rapidez favorecería el restablecimiento de la confianza en el sistema bancario y evitaría probablemente otros rescates. Conviene además que no haya dudas sobre la solvencia del sistema bancario europeo; si algo abunda en estos momentos es la incertidumbre financiera. Está claro que el Deutsche no sobreviviría a otra recesión o desaceleración económica intensa.

Los obstáculos son las elecciones próximas en Alemania y la discusión, parcialmente técnica, sobre si el rescate tendrá que seguir las reglas europeas de socorro (aplicadas, por cierto, en otros países como España) o sería deseable una inyección pública de capital (como en Reino Unido, por ejemplo, o como quiere Italia). En cualquier caso, el debate será importante y de consecuencias imprevisibles.

La amenaza de una nueva crisis financiera conduce inexorablemente a otra conclusión: los sistemas de capitalización y reforzamiento de la solvencia bancaria no han funcionado en Europa. Ni los tests de estrés han detectado debilidades ni los publicitados programas de recapitalización han servido para otra cosa que para enmascarar situaciones comprometidas en los balances. Bruselas y Fráncfort no han afrontado correctamente la situación —cada sistema financiero nacional es un baluarte que los Gobiernos defienden a la espera de que lleguen “tiempos mejores”— y esta crisis (las que vengan, probablemente también) les ha pillado por sorpresa.

Los parámetros para afrontar la delicada situación bancaria implican aceptar que el beneficio de la banca minorista no basta en muchos casos para sostener el negocio; que hay un exceso de oferta financiera que tiene que corregirse con planes de concentración bancaria o dejando quebrar a los bancos más débiles; y que la política de bajos tipos de interés tiene el efecto de frenar la rentabilidad financiera.

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