Grandes riesgos para Europa
El futuro de la UE se decide en varias de las elecciones que tendrán lugar en el próximo año
Este año y el próximo, los votantes de las principales democracias occidentales tomarán decisiones que podrían cambiar a Occidente. De hecho, algunas de ellas ya se han tomado, como la decisión del Reino Unido de abandonar la Unión Europea. Mientras tanto, bien podría ser que Donald Trump y Marine Le Pen ganaran las elecciones presidenciales de Estados Unidos y Francia, algo que hace apenas un año nos habría parecido impensable. Las placas tectónicas del mundo occidental han comenzado a desplazarse, y a muchos les cuesta darse cuenta de las consecuencias. Hoy, tras el Brexit, lo vemos todo con más realismo.
La decisión del Reino Unido supone el rechazo de facto de un orden europeo de paz cimentado en la integración, la cooperación y un mercado común. Surgió de una creciente presión sobre tal orden, tanto interna como externa. En lo interno, el nacionalismo ha ido ganando fuerza en casi todos los Estados miembros, mientras que en lo externo, Rusia ha vuelto a la política de las grandes potencias y promueve un nuevo dominio ruso sobre Europa del Este como alternativa a la UE.
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Ambos factores representan una amenaza para la estructura de paz de la UE, y puesto que esta es el eje de la integración de Europa occidental, su debilitamiento traerá una reorientación hacia el Este. Si en Estados Unidos gana Trump, admirador de Putin, es previsible que se adapte a la política de gran potencia de Rusia a costa de los vínculos europeos y transatlánticos. Un “momento Yalta 2.0” de este tipo impulsaría a su vez un sentimiento antiestadounidense en Europa.
Si en Francia ganara además la extrema derecha de Marine Le Pen, para Europa sería un nuevo rechazo y dado que es una de las piedras angulares (junto con Alemania) de la UE, podría marcar el comienzo del fin de la Unión misma. Si Reino Unido y Estados Unidos giraran hacia un neoaislacionismo y Francia abandonara el proyecto europeo en favor del nacionalismo, el mundo occidental se volvería irreconocible y Europa caería en el caos.
En este escenario, muchos volverían los ojos hacia Alemania, la mayor economía europea. Aunque el país pagaría el más alto precio económico y político en caso de colapso de la UE, no cabe esperar que resurja allí el nacionalismo. Todos sabemos los niveles de destrucción y desgracia que puede causar en el continente. En términos geopolíticos, Alemania quedaría en un estado intermedio. Mientras Francia es claramente un país occidental, atlántico y mediterráneo, Alemania ha oscilado siempre entre el Este y el Oeste. De hecho, la cuestión “este u oeste” no se decidió hasta la derrota total en 1945, cuando tras la creación de la República Federal Alemana, el canciller Konrad Adenauer escogió Occidente. Él había sido testigo de la tragedia alemana al completo (las dos guerras mundiales y el colapso de la República de Weimar) y pensaba que los vínculos de la joven República Federal eran más importantes que la reunificación alemana.
Si en Estados Unidos gana Trump es previsible que apoye la política de gran potencia de Rusia a costa de los vínculos europeos y transatlánticos
La aproximación entre Francia y Alemania y la integración europea bajo la UE han sido elementos indispensables de la orientación occidental alemana. Sin esos factores, podría volver a ser una tierra de nadie en términos ideológicos, lo que pondría en peligro a Europa, alimentaría peligrosas ilusiones en Rusia y obligaría a la propia Alemania a asumir retos inmanejables en relación al continente. Ese será un asunto central en las elecciones del próximo año en Alemania. Cabe la posibilidad de que la Unión Demócrata Cristiana se oriente hacia la derecha en un intento por recuperar votantes que prefirieron a la populista Alternativa por Alemania (AfD). Pero todo movimiento de la CDU para cooperar con AfD o validar sus argumentos es problemática. La AfD representa a los nacionalistas alemanes de extrema derecha (y peores) que desean volver a la vieja posición intermedia y forjar vínculos más estrechos con Rusia.
La cooperación entre la CDU y AfD traicionaría el legado de Adenauer y supondría el fin de la República de Bonn. Un peligro similar se observa en el otro lado del espectro: una potencial coalición entre la CDU y AfD tendría que depender de Die Linke (el Partido La Izquierda), algunos de cuyos dirigentes desean lo mismo que AfD: relaciones más cercanas con Rusia y nula o menor integración con Occidente. Cabe esperar que no tengamos que vivir una tragedia así y Merkel continúe en el cargo después de 2017. Puede que el futuro de Alemania, Europa y Occidente dependa de ello.
Joschka Fischer fue ministro de exteriores y vicecanciller de Alemania de 1998 a 2005. Traducido por David Meléndez © Project Syndicate, 2016.
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