Más vale nunca que tarde
Así ha sido toda mi vida. Podía haber hecho tanto y no hice nada. Solo se me hizo tarde
Empecé a redactar la columna definitiva sobre lo que significa para la humanidad el divorcio de Angelina y Brad. Escribí Brad antes que Angelina. Y pensé: no me cuesta nada invertir el orden. Al perder el hilo con el tema de la secuencia de los nombres, mi cabeza decidió que el tema era muy obvio. Entonces, mi hígado convocó asamblea. Salió que esta columna versaría sobre indigenismo, colonialismo y realeza británica, a raíz de la visita de los duques Kate y Guillermo (las duquesas primero) a Canadá y la emboscada que las autoridades locales les tienen preparada: deberán enfrentarse en acto oficial a los desmanes coloniales de sus mayores y pedir perdón por el hecho de que lo único bueno que dio el Imperio Británico fue Kipling. Iba a entrar a lo loco a decir que, aunque sea hombre, blanco y de supuesta clase media en un país parte meridional, parte occidental, no voy a responsabilizarme por lo que hicieron militares, realeza, usureros, traficantes y cortesanos de mi país (sea este el que sea, les dejo elegir) hace varios siglos. Tampoco me voy a poner a escuchar cumbia villera para hacer las paces con los damnificados por Hernán Cortés, pues tiene mucho menos que ver con lo que soy y con lo que he crecido que la música de niñatos blancos amargados por el clima y el capitalismo que me gusta. Y arranqué otro tema que ya ni recuerdo. Y me atacó una abeja. Salí corriendo. Al volver a sentarme en la terraza al borde de una piscina menorquina desde la que escribo esto, decidí que hoy iba a disertar alrededor de la cobardía y sus bondades. Entonces levanté la mirada y vi (y escuché) que todos los que me rodeaban eran abuelos ingleses vestidos como yo. Pensé: lo tengo, voy a hablar de cómo nos gusta que todo sea viejo -de verdad o nuevoviejo, como los bares de moda que se quedaron en 2010- menos nosotros mismos.
Y así ha sido toda mi vida. Podía haber hecho tanto y no hice nada. Solo se me hizo tarde.
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