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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

La señora Höss cuidaba un rosal

Anatxu Zabalbeascoa

La señora Höss tenía begonias plantadas en macetas azules. Hedwig Höss vivía con sus tres hijas, sus dos hijos y su marido en una villa arbolada. Vestía a las niñas iguales, con delantales y trenzas, y cuidaba celosamente de un rosal cerca del muro de hormigón que separaba su casa del campo de concentración de Auschwitz. Allí trabajaba su marido. El comandante Höss llamaba paraíso de flores al jardín de su mujer. Ella lo adoraba, pero en realidad lo cuidaban los prisioneros. “Ningún prisionero podrá decir que haya sido maltratado allí en algún momento”, declaró su marido.

Ese jardín lo describe Santiago Beruete en su impagable Jardinosofía, Una historia filosófica de los jardines (Turner) en la que da cuenta de cómo los jardines pueden enmascarar y disimular lo siniestro. Primo Levi describió los senderos de Auschwitz “sembrados de fragmentos de huesos machacados de prisioneros” y son muchos los estudios que afirman que la profesión de jardinero aumentaba la posibilidad de comer en los campos de concentración. En Treblinka, la calle principal estaba bordeada de macizos de flores ornamentales. Los recuerdos de los supervivientes y la indagación de los historiadores revelan que el cultivo de los jardines convivía con los asesinatos. También se notaba la mano de algún arquitecto: las viviendas de los oficiales superiores de Buchenwald apartaban la mirada del campo de concentración. Nadie se construye una atalaya para ver aparecer la visita de su conciencia.

Sin embargo, la conciencia es tan terca como los rosales. Y casi siempre termina por aflorar. En casa de los Höss se saltó una generación, pero hace dos años, Rainer Höss, nieto de Hedwig e hijo de uno de sus tres hijos, comenzó una campaña internacional contra el auge del nazismo: "Hubo veces en las que caí en la tentación de desear olvidar mi propio pasado porque me pesaba demasiado", reconoció a el periódico El Mundo antes de advertir: "Pero si olvidamos nuestro pasado, nos condenamos a que la historia se repita".

En 1947, tras ser juzgado, Rudolf Höss fue sentenciado a morir ahorcado. Unas horas antes regresó al catolicismo de su infancia y confesó. Fue ahorcado junto a la cámara de gas del campo cercano al rosal de su mujer. La reconstrucción de esa horca convive ahora con el hermoso jardín.

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