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CLAVES
Columna
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La indignación vigilante

Podríamos empezar por no pensar tanto en los políticos, sino en nuestro deber (y poder) como vigilantes

Jorge Galindo
Hemiciclo del Congreso de los Diputados.
Hemiciclo del Congreso de los Diputados. ULY MARTIN (EL PAÍS)

Pocos recuerdan ya que hace cinco años otro Gobierno en funciones, en este caso socialista, indultaba al banquero Alfredo Sáenz, causando una ola de indignación. Fue muy parecida a la provocada por la reciente designación del exministro Soria para el Banco Mundial. A diferencia de lo que pasó en 2011, esta semana las protestas han forzado una rectificación. Pero en la mayoría de casos estos ataques de indignación sobrevenida tienen poco o ningún efecto. El problema tiene que ver con que, ante escándalos de este tipo, nos preguntamos “cómo se atreven a hacer esto” en lugar de “por qué pueden hacer esto”.

Los políticos no son distintos del resto de personas en su comportamiento, que responde a incentivos antes que a máximas sobre el Bien y el Mal. La ciudadanía dispone de cuatro instrumentos básicos para definir el entorno de sus representantes: voto, información, organización y diseño institucional. Cuando el debate público se mueve por oleadas, el grado de organización de la sociedad civil suele ser bajo; la demanda de información, fragmentada y parcial; el voto se mantiene en la trinchera; y el diseño institucional tiende a ser ignorado. En esa dinámica, los factores del cambio de rumbo tras una acción política dudosa acaban siendo azarosos y no van siempre aparejados con la intensidad del deseo de los votantes.

Sin embargo, cuando el enfoque cambia al “por qué”, la búsqueda de información para construir acusaciones fundamentadas y potentes requiere de organizaciones independientes dedicadas a ello, y apunta a la necesidad de cambiar tal o cual aspecto institucional para que la próxima vez cualquier político, de cualquier color, se mueva por incentivos distintos. Así, las trincheras se disuelven y no es necesario confiar en algo tan general y multifacético como el voto para corregir problemas específicos.

Por desgracia, no hay recetas mágicas para pasar de un equilibrio a otro. Pero quizás podríamos empezar por no pensar tanto en los políticos, sino en nosotros mismos y en nuestra manera de entender su labor, su entorno institucional y nuestro deber (y poder) como vigilantes. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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