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Donde esconderse de la ablación Desde 2014, la Safe House en Mugumu, una ciudad pequeña del norte de Tanzania, acoge a las niñas que escapan de la mutilación genital femenina y otras formas de violencia de género Julius tiene 74 años, dos mujeres, decenas de niños y nietos. Su casa es una cabaña de barro con el tejado de paja. Últimamente, dice, muchas cosas están cambiando: ahora hay una carretera de tierra que llega al pueblo, y, sobre todo, hay mujeres que dicen "no" a la mutilación genital. Julius está disgustado: "Deben ser mutiladas. De acuerdo con la tradición de la tribu Kurya, una mujer que no esté mutilada ni siquiera podría pasar a mi casa, y nunca podría casarse. Todos los hombres la rechazaríamos. Son una humillación para toda la comunidad y para sus familias. Si una de estas mujeres se queda embarazada, hay que desprenderse del bebé cuanto antes, tirarlo a la maleza para que los animales lo coman". Escapar de casa no fue fácil. Para llegar a la Safe House de Mugumu, Susan caminó durante dos días, sin descanso, a través de los arbustos. Sabía que sus padres y sus vecinos la estaban buscando, oía los motores de sus motocicletas. Ella intentaba esconderse, pasaba miedo. Lo consiguió: en la Safe House se encontró con otras niñas de su edad, profesores y psicólogos. Han pasado casi dos años y, a pesar de los esfuerzos de los trabajadores sociales de la Safe House, el padre de Susan aún no ha cambiado su opinión: dice que la mutilará en cuanto regrese. "Pero no estoy enfadada con él. "No odio a mi padre. Incluso, a veces, lo echo mucho de menos. Mi madre y mis hermanos ya me apoyan. Y estoy segura de que él me aceptará pronto". Cuando Musamba cumplió 11 años, sus padres la mutilaron; cuando cumplió 12, la casaron con un hombre de 30. El marido la violaba y pegaba a menudo. Después de mucho tiempo, Musamba consiguió escapar y denunciar estas agresiones. Musamba, ahora, intenta inventarse futuros, imaginarse diferente: le gustaría comenzar algún negocio para ganar dinero y ser independiente. "Podría viajar por los pueblos y por las comunidades para comprar maíz y otros productos a los agricultores", dice. "Después vendería estos productos en las ciudades, un poco más caros. Sí, creo que este negocio funcionaría". Cristina no quiere que su cara se vea en las fotos. Durante años trabajó como 'ngariba', mutilaba a las niñas de su aldea y ahora está arrepentida. Una mañana, en la iglesia, escuchó un sermón de los voluntarios de la Safe House de Mugumu; desde entonces tiene remordimientos. Esparcía semillas de mijo machadas en las vaginas de las niñas. Después utilizaba una cuchilla de afeitar para seccionar sus clítoris en un barbecho cualquiera en las afueras de su aldea. Las niñas no podían llorar ni gritar por el dolor; si no, sus padres debían entregar una o dos vacas a las 'ngariba' o a los jefes de sus comunidades. Cristina dice que la mutilación genital femenina es un buen negocio para algunas personas. "Quizás por eso se sigue practicando". Es de noche, afuera llueve y la electricidad no funciona. En la sala de profesores de la Safe House, Rhobi Samwelly, su directora, dice: "Cambiar una tradición tan arraigada como la mutilación genital femenina no es fácil, lleva mucho tiempo. Pero creo que poco a poco lo estamos consiguiendo. Hemos conseguido convencer a algunas 'ngariba', a algunos líderes tradicionales y a decenas de familias. Hemos creado grupos de jóvenes, hombres y mujeres, que están en contra de la mutilación". Entonces, ¿es posible acabar con la mutilación genital femenina?. "Sí. Tenemos que trabajar duro, seguir educando, pero creo que sí que es posible".