El perro necesita Prozac
"A veces algún cliente me dice que toma lo mismo que su perro", dice Rosana Álvarez, psiquiatra de perros y gatos. Álvarez es veterinaria especializada en etología, que estudia el comportamiento de animales. El objetivo es modificar sus conductas. El modo más común de definir su oficio es "psicóloga", pero receta fármacos: psiquiatra es por tanto más preciso. Los animales solo tienen un antidepresivo propio —el clomicalm—, así que les da productos para humanos. A veces le ocurre que el cliente debe ir a la farmacia a buscar dos cajas: una para él y otra para el animal.
Álvarez trabaja en una clínica veterinaria en Málaga. Solo va cuando tiene consulta. Hoy recibe a un bull terrier. Es de esos perros que dan miedo: "Con los dientes de leche ya partía un hueso de jamón", dice su dueño. En la sala hay dos sillas, dos taburetes y una tarima para colocar el perro. Álvarez aparece con un simple uniforme médico con dibujos simpáticos de perros y gatos. ¿No te pones protección?, le pregunto. "¿Qué protección quieres que me ponga?", responde.
Álvarez —con razón— no va a tocar a este bull terrier de 25 kilos. La perra se esconde entre las piernas de su dueño y gruñe cuando el fotógrafo se mueve por la sala. Álvarez le tira trozos de salchicha al suelo para que se sienta a gusto con ella. Pero no lo logra.
"Ayer pasó un día bueno", dice la madre de la familia donde vive la perra. Ha venido con su hijo ya mayor. Llevan meses de veterinarios por varias enfermedades: "Que si la caca, que si los riñones, los ovarios, la piel". Pero desde esta primavera se ha complicado también el comportamiento: "Se arrincona en la pared. Cada ruido la pone en alerta. Antes era alegre, sociable: veía un husky e iba hacía él. Ahora ve un yorkshire y le da miedo", cuenta la madre.
Al bull terrier ya le han dicho en una clínica que la eutanasia es la solución
Las explicaciones de la familia son desordenadas, como una larga sesión humana con el psicólogo. Es inevitable una sensación de que en el diván están los humanos en lugar del perro. No paran de salir detalles de toda la familia. Conforme hablan emergen nuevas pistas, cada vez más complicadas, con cada vez más protagonistas y posibles causas: "No nos ha mordido, pero pellizcos, sí. Si quiero pasar a su lado, no la miro o hago como si mirara el móvil", dice la madre.
Álvarez va preguntando. Su trabajo es aislar la causa del problema y buscar una solución. Esta vez sospecha que el problema no es solo de conducta, sino físico: "Tiene colesterol y triglicéridos altos. No hay análisis de tiroides. El tiroides es una glándula que regula casi todo el organismo animal. La agresividad podría estar justificada", dice.
El problema clave de la psiquiatría animal es que el paciente no puede explicarse. Y con perros y gatos aún, pero hay también psiquiatras de pájaros. Si ya es difícil averiguar qué le ocurre a un humano, con un animal lo es más. El problema deben explicarlo los propietarios, que quizá son la causa. Álvarez envidia la serie Supernanny, donde unas cámaras permiten ver qué ocurría en la casa con la educación de los hijos. En su caso, solo puede fiarse de lo que le cuentan.
A veces es sencillo. Un galgo que venía de cautiverio no comía. El problema era el plato. En casa era metálico: se veía reflejado y hacía ruido. No estaba acostumbrado y un simple cambio de recipiente le llevó a comer.
Pero es igual de habitual que sus pacientes lleguen como último recurso. Al bull terrier ya le han dicho en una clínica que la eutanasia es la solución: "Yo suelo ser la última opción", dice Álvarez. "Este tipo de problemas acaban en la eutanasia por falta de problemas para tratarlos", añade. El problema es real. Probablemente necesite meses de tratamiento, pero advierte a la familia: "No sabemos en qué momento la perra puede pasar al siguiente escalón de agresividad".
La madre está convencida de probar, de momento. Sintió el cariño de la perra más que el de nadie tras una depresión reciente por la muerte de un familiar: "Tengo la obligación moral de probarlo. Si no puedo entrar en casa, no entro", dice. La primera visita le ha costado 102 euros. Ahora toca una de seguimiento cada mes, algo más barata. "Si tuviéramos que matar a toda la gente a la que se le va la castaña alguna vez", dice con esperanza antes de irse.
Los métodos que más usa Álvarez para recuperar al animal son alejarlo del problema y que relacione el conflicto con algo positivo: lo más sencillo es comida. Es conductismo clásico, dice. Su labor puede sorprender a quien no tiene animales, pero para Álvarez es similar a tratar con niños: "La capacidad cognitiva de un perro es comparable a la de un niño pequeño", dice. La evolución de la especie tiene algo que ver: "Los perros llegan a cotas que no se han visto en primates", añade. Los problemas que más se encuentra son eliminación inadecuada —manera médica de definir el lugar donde orinan—, agresividad, soledad, separación, miedos y fobias a ruidos, reacciones desmesuradas. Para algunos, el Prozac funciona.
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