Dibujitos
Tras su fachada de humor y colorines, se han convertido en las críticas sociales más feroces, las que tocan las cuestiones más incómodas
Desde que naufragó su carrera como estrella de televisión, BoJack se ha entregado a la depresión, el alcoholismo y las drogas. Ni siquiera su enorme mansión de Beverly Hills puede llenar el vacío interior que lo consume. Su decadencia nos recuerda la falsedad del éxito, el abismo existencial o la soledad. Nadie diría que BoJack es solo un caballito de dibujos animados.
Este viernes, vuelve a Netflix BoJack Horseman. En su tercera temporada, el protagonista emprende una campaña para ganar el Oscar al mejor actor. Pero descubre que el sentido de la vida tampoco reside en ganarse una estatuilla con un señor calvo. Y eso le inspira una nueva espiral autodestructiva. Lo normal en las historias de ponies y animalitos. ¿O no?
BoJack es la última animación para adultos al estilo de Los Simpson o Padre de familia, series que llevan décadas satirizando sin piedad a nuestras familias. O las salvajes South Park y Animals, pobladas de pederastas y roedores depravados. Tras su fachada de humor y colorines, los dibujos animados se han convertido en las críticas sociales más feroces, las que tocan las cuestiones más incómodas. Seguimos sus capítulos con una sonrisa nerviosa, enfrentados a un espejo de nuestros lados oscuros.
Curiosamente, las series de moda evitan esos temas. La tele de carne y hueso nos pinta castillos y dragones, conspiraciones políticas o sucesos históricos. Pero nunca pretende incomodar al espectador. Mientras la realidad se hace la tonta, nuestra vida cotidiana, con sus debilidades y emociones, se parece cada día más a los dibujitos.
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