¿Tocarán músicos muertos en los festivales del futuro?
Zona para 'selfies', conciertos con hologramas, realidad virtual, marcas por todos lados... Según los expertos en el sector, la experiencia festivalera en menos de 20 años no tendrá mucho que ver con lo que vivimos hoy en día
Verano de 2030. Los más viejos del lugar recuerdan la época en la que una ardilla podía cruzar la península de macrofestival en macrofestival para acabar muriendo extenuada (y sin blanca), pero nadie les hace caso. Unos están participando en una yincana, otros esperan para subirse al globo de un sponsor, y en la zona VIP se reparten gafas de realidad virtual para ver cualquier concierto desde primerísima fila. Comienza la actuación estrella: Amy Winehouse, recién salida de la tumba gracias a la tecnología.
Ahora que España vive su particular burbuja musical y que festivales míticos como el Doctor Music Festival cumplen nada menos que 20 años, repasamos cómo podrían ser estos eventos en unos años. Un aviso: el futuro tiene que ver bastante con la ciencia ficción.
1- De festivales en la tercera edad
Solo hace falta darse una vuelta por algunos de los festivales que congregan a un mayor número de público para darse cuenta de que, en bastantes casos, el asistente medio está envejeciendo. Alfonso Santiago, director de la promotora Last Tour, que organiza festivales como Bilbao BBK Live o Azkena Rock, admite esta tendencia. "Ahora el público sigue conectado a la música más años", explica. "Antes era difícil encontrar asistentes de más de 40. Ahora la franja de 40-50 está comenzando a ser representativa". Para algunos, la causa de ese envejecimiento está clara. "Tenemos casi un 50% de paro juvenil", apunta el periodista Víctor Lenore. "Creo que los jóvenes quieren festivales, pero más accesibles económicamente que el Sónar y el Primavera Sound, cuyos abonos rondan los 200 euros. Además están los gastos disparados de pasar tres días en una ciudad tan cara como Barcelona".
Sin embargo, no en todos los casos se cumple esa curva ascendente. Gerardo Cartón, recordman nacional de asistencia a eventos musicales y autor del libro Manual del perfecto festivalero, del que prepara su segunda parte, matiza esta afirmación. "En España hay festivales en alza como Arenal Sound que cada vez basan más sus programaciones en el público joven". Esa misma situación se repite en eventos como el Low Festival de Benidorm, o algunos de los recién llegados, y dedicados a la EDM, como Utopia o A Summer Story. "No creo que la edad media general del público festivalero esté subiendo, sino todo lo contrario", continúa Cartón, "aunque aquí no se note tanto como en el panorama internacional. Y es que seguimos teniendo mucho festival viejuno".
¿Quizás, entonces, estemos asistiendo a una escisión generacional? ¿Se separarán cada vez más los festivales entre las categorías junior y senior? Dependerá, en buena parte, de la vocación de sus creadores. "Si diseñas un festival para cuarentones con cierto nivel adquisitivo, has de asumir que no vengan muchos veinteañeros", sentencia Lenore. Alfonso Santiago, por su parte, mira hacia fuera para buscar respuestas: "Es un fenómeno relativamente joven en nuestro país, de poco más de 20 años. En otros países, en los que llevan cuatro o cinco décadas, conviven perfectamente los asistentes de más de 50 y los de 18, y no son muy diferentes a los festivales de aquí". Juntos o por separado, lo que parece claro es que, si cada vez hay un mayor público que sigue asistiendo a macroeventos musicales mientras suma años, va a buscar un tipo de festival adecuado a su edad. Y son los que van a tener dinero para pagarlo.
2- Hologramas, cursillos y gafas de realidad virtual
Repasemos los carteles de nuestros principales festivales: New Order, Radiohead, Neil Young, Pixies, The Who o Wilco. Nombres que llevan, en el menor de los casos, dos décadas de carrera. "Para ser cabeza de cartel necesitas estar en lo más alto de la pirámide, y no hay demasiados artistas que puedan desempeñar ese papel", explica Melvin Benn, empresario musical inglés curtido en macroeventos como Reading & Leeds y, desde 2014, al frente del FIB. "Está claro que la gente quiere ver a estos veteranos", sentencia.
Mientras esperamos a la próxima gira de reunión, o agotamos los abonos para ver a esa leyenda que quizás la palme pronto, es posible que los artistas vayan perdiendo poder de seducción. En 2014, la Asociación de Festivales Independientes (AIF) británica presentó un estudio con un dato sorprendente: el 58% de los encuestados apuntaba a la experiencia global del festival como razón principal para comprar su entrada, frente a un 7% que lo hacía por los cabezas de cartel. "La clave está en todo lo que no es música pero completa una buena programación", asegura Cartón. "En el Sziget [de Budapest] hay desde campeonatos de ajedrez a cursos de pintura. El público joven cada vez demanda más este tipo de variedad y, poco a poco, esto se irá asentando en nuestro país", asegura.
Otra de las opciones para convencer al público puede pasar por la tecnología. En 2012, el festival Coachella sorprendía con la presencia en versión holograma de Tupac Shakur, asesinado en 1996. Pese al rechazo que provocó en muchos esa experiencia, no parece tan descabellado que se repita. "Sí, puede ser que veamos reaparecer a músicos fallecidos en directo. También se ha hecho con Elvis", apunta Alfonso Santiago. Pascual Egea, presidente de la Asociación de Promotores Musicales (APM), tampoco lo descarta. "Ese tipo de espectáculos ya se realizan en algunos recintos. Seguramente, la demanda del público hará que llegue a los festivales de forma natural".
Sin embargo, otros avances podrían ser más inmediatos. "Posiblemente, el gran desarrollo venga por la realidad virtual, o por conectar a más personas con la retransmisión online, llevando gran parte de la experiencia a la pantalla", opina Santiago. Ya sabes: si te cruzas en un festival a alguien flipando con unas gafas enormes, no es que te hayas pasado al recinto del Mobile World Congress por equivocación. Pero cuidado, que no te tire encima la cerveza. •
3- Perdidos en el supermercado (musical)
En la pasada edición de Primavera Sound, un stand ofrecía al público degustaciones de vinos ecológicos. Algo impensable para los asistentes a algunos de los festivales nacionales de los 90, cuando comenzó su explosión. Pasearse por la zona de restauración ya no implica solo jugársela a cara o cruz (es decir, hamburguesa o pizza). Y no son pocos los recintos que añaden entre sus servicios una zona de guardería o actividades para niños. "Todo negocio se adapta a su público" resume David Blutaski, de la plataforma By The Fest.
Los campos de batalla festivaleros, además, desde hace tiempo tienen una presencia creciente: la de las marcas. "La cosa más política que pasa en los festivales ahora mismo es que nos obligan a ver una cantidad disparatada de logos comerciales en nuestro tiempo de ocio", denuncia Víctor Lenore. ¿Es inevitable su presencia? "Sería posible no tener sponsors", admite Melvin Benn, "pero el coste de la entrada para el público sería demasiado alto". Al menos si los asistentes aspiran a ver a bandas internacionales de las que suelen aparecer con el nombre en un tipo de letra más grande.
"Mientras se sigan pagando cachés indecentes por los cabezas de cartel, mucho me temo que habrá una presencia más invasiva de las marcas", apunta Gerardo Cartón. "Si no, nadie será capaz de afrontar esos gastos descomunales". Para Alfonso Santiago, "la clave está en que esa presencia publicitaria respete el ámbito artístico". Lo que está claro es que, lejos de desaparecer, esa presencia comercial se mantendrá o, incluso, aumentará. "El precio de las entradas en España es menor que en otros países", apunta Benn, "y los patrocinadores juegan un papel muy importante en eso. Sin ellos, el público saldría perdiendo". •
4- Lo pequeño es bello (y mucho más cómodo)
Pero hay otra opción: no pagar cachés de seis cifras, no pretender reunir a cantidades de personas que podrían llenar algunos estadios de fútbol e intentar buscar en lo no masificado una alternativa al modelo de festival. Sí, cada vez hay más personas que se sienten como Jarvis Cocker, cuando en Sorted for E’s & Wizz se preguntaba: "¿Así es como se supone que será el futuro?, ¿o son solo veinte mil personas de pie en un campo?". Dani Poveda, director del Vida Festival, es uno de ellos. "Yo he asistido a muchos festivales, y a veces tienes la sensación de que te tratan como a una oveja", afirma. "Por eso nosotros intentamos diferenciarnos, tratar al público como personas y no como unidades". Su baza para hacerse valer fue un recinto natural (un bosque en Vilanova i la Geltrú) y un cuidado especial en la decoración y los detalles. "Sabemos que los grupos son un gran reclamo", explica, "pero intentamos que el público entienda que el cabeza de cartel es el festival en sí". En el suyo potencian la asistencia de familias, y se mantienen en unas cifras de asistencia más moderadas.
Una filosofía similar, pero llevada al extremo, mueve a los organizadores del Festival Sinsal. Ubicado en la Isla de San Simón, en la ría de Vigo, desde el año 2012 sus 2000 asistentes de media no saben a quién van a ver actuar cuando compran su entrada. "Al ver que todos los festivales competían por llevar al cabeza de cartel más grande, se nos ocurrió no decir quien iba a venir", explica Luis Campos, uno de sus directores. "Para nosotros la isla era la principal protagonista. Queremos que la gente se sume a una experiencia, más que ver a un grupo u otro. Ahora mismo, me parece complicado disfrutar en un festival donde casi no te puedes mover y acabas viendo al grupo en una pantalla".
En otras ocasiones también entra en juego la dedicación a géneros no representados en la mayoría de los puntos del mapa festivalero. Desde hace 11 años, el Resurrection Fest convierte el pequeño pueblo de Viveiro (Lugo) en el epicentro de metal, punk y hardcore. "El concepto de macrofestival tiene el peligro de no profundizar y no fidelizar a los asistentes, a no ser que tenga una programación que toque de todo", cuenta Iván Méndez, uno de sus responsables. "Cada vez tendrán más importancia aspectos como el recinto del festival y una buena localización, que tenga encanto y personalidad". Eso y tener visión de futuro: al igual que el Rototom de Benicàssim, Resurrection deja entrar gratis a los menores de 13 años, "para hacer cantera".
5- El futuro no es lo que era
Ya sabemos cómo será el público, el recinto y la programación de las romerías del futuro, pero… ¿Cuántas de ellas sobrevivirán en los próximos años? Desde que la expresión "la burbuja de los festivales" se instalase en los 2000, esa pregunta se mantiene en el aire. Y la oferta no para de subir. No hay datos oficiales, pero se calcula que hay unos 450 eventos de este tipo en todo el país. Pero vamos a ver: ¿Hay público para tanto festival? "No, no lo hay", dice tajante Alfonso Santiago. "Pero esto es lo habitual en mercados en crecimiento: la oferta supera a la demanda, que no crece tan rápido como se espera. El propio mercado se autoregulará. Sobrevivirán las propuestas que el público perciba como útiles o interesantes". "Lo que no se puede permitir es que cualquier aficionado organice un festival", sostiene Pascual Egea, ante el oportunismo ibérico habitual. Por eso se han creado asociaciones e iniciativas como los Premios Fest, al que ya se han sumado 150 festivales. "La competencia es necesaria", asegura la directora de los galardones, Marian Lozano. "Nosotros la fomentamos de una manera sana y ordenada, y damos visibilidad a las virtudes de cada uno de ellos". También promueven el encuentro de profesionales "en torno a la feria BIME, donde fluye la información y se abren nuevas vías de negocio".
Desde fuera del círculo de promotores, la visión es algo más cruda. "Hay demasiados festivales", opina Gerardo Cartón. "Es una pena decirlo, pero es lo que hay. España nunca ha sido especialmente musical, y a muchos chavales se les ha pasado la fiebre festivalera antes de empezar a comprenderlos de verdad". Y no solo es que la oferta sea mucho mayor que la demanda; para algunos es que todos siguen un mismo patrón. "Lo que hay es una saturación de festivales cortados por el mismo patrón blanco, hipster y anglosajón", opina Víctor Lenore. "No vivimos una burbuja, sino un proceso de homogeneización".
De una manera u otra, todo parece indicar que el número de festivales decrecerá. Los que queden serán cada vez o más especializados, o más tecnificados y adaptados a las comodidades de un público que llevará ya unas cuantas décadas de festis a sus espaldas. Pero volvamos a 2030: Radiohead están a punto de actuar por primera vez desde su separación hace 10 años. Desde la montaña rusa del recinto la gente saluda. Algunos paran su clase de tai chi o dejan de masticar su ceviche. Todos se buscan en los bolsillos. Justo después, se enciende un mar de smartphones.
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