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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa no espera

El nuevo gobierno británico tiene que iniciar el proceso de salida de la UE

Theresa May llega al 10 de Dowing Street.
Theresa May llega al 10 de Dowing Street.PAUL HACKETT (REUTERS)

La designación de un Gobierno por parte de la nueva primera ministra británica, Theresa May, debería servir para poner en marcha cuanto antes —como han pedido las instituciones europeas— el mecanismo que culmine con la salida de Reino Unido de la Unión Europea, cumpliendo así lo manifestado por los británicos en las urnas el pasado 23 de junio.

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Sin embargo, algunas de las declaraciones de la nueva ocupante del 10 de Downing Street en el sentido de que piensa tomarse su tiempo resultan preocupantes. Es comprensible que May anteponga los intereses de su país a los de la Unión, máxime cuando ha recibido el mandato popular de quedarse al margen del proyecto europeo, y sobre todo porque antes de hablar con Bruselas deberá hacerlo con Escocia. Pero no puede obviar que la UE también tiene derecho a salvaguardar sus intereses y protegerse de los daños de todo tipo, desde el económico al institucional, asociados al Brexit. Bruselas no tiene porqué aceptar que Londres marque los tiempos y May debe tener presente que Europa, tal y como han declarado los líderes de diversos países e instituciones, es un proyecto que sigue adelante. Hubiera sido mejor que lo hiciera junto a Reino Unido, pero ahora lo hará sin él.

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May, una conservadora pragmática que aunque hizo campaña a favor de la permanencia ha llegado a la jefatura del Gobierno consciente de que debe cumplir con la salida de la UE, ha optado por incluir en su gabinete a un tridente —utilizando el símil futbolístico— caracterizado por su férrea defensa del Brexit. El que David Davis, uno de los euroescépticos más recalcitrantes del Parlamento de Westminster, haya sido designado para negociar la salida de Reino Unido no augura un proceso tranquilo en las complicadas negociaciones que se avecinan. Semejantes características presenta Liam Fox, fracasado candidato a suceder a David Cameron, para quien se ha creado el Ministerio de Comercio Internacional y que ha acusado machaconamente a Bruselas de secretismo y rigidez ideológica.

Mención aparte merece el nombramiento de Boris Johnson como ministro de Exteriores. Resulta muy revelador de la desorientación en la que ha quedado la política británica el que al frente de su prestigiosa diplomacia se coloque un personaje caracterizado por su histrionismo, su radicalidad y una sorprendente capacidad para insultar a numerosos mandatarios internacionales. La lista es interminable. Johnson ha tachado a Hillary Clinton de “enfermera sádica”, al presidente turco Erdogan de “gran masturbador” y a Angela Merkel de “cínica y desesperada”. Ha acusado a Obama de “aversión ancestral” al imperio británico por ser de origen keniano y, por ejemplo, ha comparado a Vladímir Putin con un siervo que aparece en las novelas de Harry Potter. Para Johnson, en sus propias palabras, la UE no es muy diferente a la Alemania nazi.

Poco importan las razones de May para haber adoptado estas decisiones. Desde el 23 de junio, está claro que la política interna británica es un elemento de riesgo para la Unión Europea. La cuestión ahora es que los países comprometidos con la construcción de Europa no merecen estar al albur de las estrategias de partido al otro lado del Canal. Y May debe entenderlo.

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