La misión de la universidad: formar profesionales y ciudadanos
La filosofía es la vía privilegiada para tomar conciencia de la dignidad. Y la universidad debe formar no solo profesionales, sino ciudadanos con dignidad
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La cultura es, entre otras cosas menos importantes, aquello que nos despierta al sentimiento de nuestra propia dignidad. Y la filosofía es el momento de máxima conciencia de la cultura. De modo que la filosofía constituye la vía privilegiada para tomar conciencia de esa dignidad que todos sentimos pero que, sin la filosofía, raramente logramos aprehender.
La Universidad ha de formar profesionales competentes. Un desajuste excesivo entre la demanda del mercado y las cualificaciones de los graduados universitarios haría de esta institución, como a veces ha ocurrido, una máquina de fabricar parados. Un profesional competente es alguien que, habiendo aprendido las reglas de un arte o de un oficio, es capaz de producir una mercancía (un bien o una prestación) que el mercado necesita o valora y por la que está dispuesto a pagar un precio. De manera que la Universidad debe formar profesionales que se ganan la vida produciendo mercancías a las que la sociedad pone precio.
Pero, paralelamente a esto, la Universidad ha de formar ciudadanos, una condición que no tiene precio sino dignidad. La Universidad es, pues, el lugar en el que el ciudadano adquiere una mejor comprensión, a través del conocimiento reglado, del valor incondicional de su dignidad no sujeta a precio. Precio y dignidad no son el par de un antagonismo insuperable pero mantienen una tensión eterna no susceptible de conciliación definitiva. Porque cabe definir la dignidad como aquello que, en general, estorba y en particular estorba a la circulación de mercancía y a la velocidad de los negocios. De modo que el estudiante ha de salir de la Universidad con competencia para desempeñar una profesión remunerada en el mercado y al mismo tiempo más consciente que antes de un valor íntimo a su persona que se resiste a la racionalidad del mercado y que incluso se halla en un estado de potencial conflicto con él.
Como corolario de lo anterior, la organización interna y administrativa de Universidad debe acomodarse a esa doble educación del estudiante: la de profesional y la de ciudadano. Pero, de elegir una de las dos, prevalece la de ciudadano, por lo mismo que la dignidad está antes y por encima del precio. La filosofía, vía privilegiada para tomar conciencia de ese valor superior, debería colocarse en el pináculo del sistema de saberes académicos.
Otra cuestión es si la filosofía coincide siempre o no con la Facultad de Filosofía. Y otra más, si la filosofía ha sabido o no definir propiamente la dignidad. Ocasión habrá de hablar de ello pronto
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