El cuatro
Algunos todavía dicen que no quieren parecerse a Taylor Swift. Que es demasiado perfecta, que todo es por y para la foto. Patrañas
Cuando usted lea esto será 8, 9 y hasta 10 de julio (¡o más!). Pero los ecos del 4 seguirán resonando en mansiones de Los Hamptons, en pueblitos de Nebraska y sí, aquí mismo. El 4 de julio, The Fourth of July como llegan a soltar en castellano algunos cursis, es una celebración que por estos lares nos toca entre poco y nada (si eso somos de 7 de julio, San Fermín). Pero, globalizados y ayankizados como estamos, no podemos parar de mirarla. Y mirar por ahora: llegará el día en que nos pondremos todos como locos a hacer barbacoas de perritos calientes y nubes de chuchería —en los portales de nuestros bloques, digo yo que serán—. Tiempo al tiempo.
El de este año sigue coleando por los fiestones que nos han restregado famosetes varios. Pero, sobre todo, por el de la archiperfecta/multicriticada Taylor Swift. Es amor-odio lo de muchos con esta chica. Mona, alta, flaca, rubia, rica. Y, encima, maja, divertida, amiga de sus amigos, de los de antes (sus íntimas de la infancia no faltaron) y de los de ahora (modeluquis de sarao, todas). La gran juerga americana congregó a un par de decenas de invitados en su hogar, en el que hubo jarana día y noche. De fiestas nocturnas a colchones hinchables, todo en bañadores y pijamas llenos de estrellas y rayas, chic y cómodos, con ese toque de indolencia elegante y patriótica que solamente saben llevar los muchachos de Obama, como recién sacados de un anuncio.
Algunos todavía dicen que no, que no quieren parecerse a ella. Que es demasiado perfecta, que sus amigas no son tales, que todo es por y para la foto. Patrañas. Esos, el día 4, se comieron su perrito solos.
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