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Las lámparas deslumbran de nuevo

Lejos de desaparecer con el LED, los nuevos apliques recurren al 'Op Art' para hacerse visibles

Lámpara modelo 'Aura', de la serie 'Ginger' de Joan Gaspar, producida por Marset.
Lámpara modelo 'Aura', de la serie 'Ginger' de Joan Gaspar, producida por Marset.
Anatxu Zabalbeascoa

Como demostrando que lo fundamental no es solo la luz, las lámparas apagadas vuelven a impactar. Pero lejos de hacerlo desde el barroquismo de los candelabros o la espectacularidad de las decimonónicas arañas, lo hacen desde el enigma del Op Art. En su nueva colección de luminarias, la empresa barcelonesa Marset apuesta por una serie de diseños icónicos que marcan con su presencia, además de con la luz que emiten, las estancias.

El modelo Concentric, diseñado por el norteamericano Rob Zinn (1971), provoca un efecto hipnótico al combinar una superposición de círculos con la luz y su vibración. Zinn explica que fue durante un viaje en avión, al ver la luz del sol reflejando los tonos intensos de la ropa de los viajeros en el interior blanco y curvo de la nave, cuando pensó en trabajar con la reflexión de la luz. El color del reverso de cada placa circular concéntrica es lo que provoca ese efecto lúdico. Este proyectista ha firmado dos lámparas Concentric cuyos apellidos, Major (en tonos cálidos) y Minor (en tonos fríos), tanto como sus brillos remiten a la astronomía.

Lámpara 'Concentric', de Rob Zinn y producida por la empresa barcelonesa Marset.
Lámpara 'Concentric', de Rob Zinn y producida por la empresa barcelonesa Marset.

Que lo fijo se perciba en movimiento es la esencia de los juegos visuales del Op Art, una tendencia que dominó las vanguardias artísticas en los años sesenta y del que existen notables representantes españoles, como el alicantino Eusebio Sempere (1923-1985). Con todo, no fue un avión sino una garrafa de vidrio que Joan Gaspar (1966) recordaba de su infancia lo que le sirvió de referencia para idear otro aplique de pared, el modelo Aura, también producido por Marset. Gaspar califica su diseño de “compañero”, un objeto “emocional y racional a la vez”. Para él, el vidrio remite a la memoria colectiva de las garrafas mientras que la tecnología LED obedece a la eficiencia energética razonable para que una lámpara limite su consumo energético. Así, aquí es un vidrio opal lo que dirige la luz hacia la pared. Pero Gaspar también es autor de tres apliques, de tamaños diferentes que combinados entre sí, y colgados de la pared, parecen jugar a ser o no ser escultóricos. Estas luminarias amplían su serie Ginger, hecha con poca madera y mucho esfuerzo.

Por eso sus nuevos apliques pertenecen al muy reducido grupo de lámparas que -tras la huella de la mítica Disa de José Antonio Coderch- tratan de acercarse a la madera, un material muy complicado de moldear que, sin embargo, produce una iluminación extraordinariamente cálida. El problema de trabajar la madera lo resuelve este modelo combinando láminas de roble o wengué con piezas de papel y resinas prensados a alta presión. Ese método permite que la pantalla del aplique sea liviana y tenga un aspecto casi plano. Los interiores de diversas maderas proporcionan, además, distintas tonalidades de luz de modo que incluso la lámpara más seria y rigurosa de esta colección se presta al juego, tantea la vista, hace vibrar a la luz y evoca un gran número de recuerdos y referencias.

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