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Fieras Divinas
Columna
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Sangre y estilo

Conocí a Christian Lacroix en el salón de los espejos del Liceu de Barcelona. Su buen conocimiento de la historia del traje es patente en sus lujosos diseños

Desfile de alta costura de Christian Lacroix en julio de 2008.
Desfile de alta costura de Christian Lacroix en julio de 2008.WireImage

Conocí a Christian Lacroix en el salón de los espejos del Liceu de Barcelona, tras el estreno en España de I Capuleti e i Montecchi, de Bellini, cuyo vestuario diseñó. En la ópera, un apuesto Romeo de cuero negro intenta redimir la guerra familiar, evitar la sangre y ser feliz con Giulietta. Fracasa. Demasiada guerra. Copa de cava en mano, me presento como historiadora cultural. “¡Es mi pasión!”, exclama. No me sorprende. Su buen conocimiento de la historia del traje es patente en sus lujosos diseños. Tras licenciarse en Historia del Arte, quiso doctorarse en Historia de la Moda, pero no estaba bien visto. Termino la copa. Actualmente, hay estudios académicos muy rigurosos, afirmo.

“Exceptuando los años veinte, siempre estamos releyendo el pasado”, afirma Lacroix. “Yo me inspiro en el medioevo y el XVIII. Si no fuera porque los ochenta fueron barrocos y excéntricos, no hubiera tenido éxito”. Sólo un hombre avezado en historia valoraría con tanto temple lo azaroso de la fama. También se inspira en España, ¿verdad? “¡Sí! Vengo a Barcelona desde los sesenta, aunque dejé de venir tras los Juegos Olímpicos. Me fascinaba una bailarina morena de El Molino —nunca supe su nombre— y Sara Montiel en Carmen; me excitaba verla pelearse con otras chicas. Me encantaba García Lorca y las fragancias Myrurgia. Me horrorizaba ver saludos fascistas en desfiles callejeros porque conocí a muchos republicanos en Arles, mi ciudad natal”. Un espejo dorado nos refleja: Lacroix de negro, sobrio, cantándome “¡Ay, Carmela!; yo, de un rojo soberbio. Alucino bombas Orsini arrojadas a platea a finales del XIX. Demasiada historia en mi cabeza. Necesito otra copa.

“También me inspiro en los toros”, sigue Lacroix. “De pequeño, no soportaba ver sangrar a mi perro, pero las corridas no me chocaban. Mis abuelos asistían a la plaza de Nimes y a mí sólo me permitían ver desangrar al toro al final. Quise presenciarlo todo. He visto a Dominguín regresar al hotel rodeado de gente elegante cubierta de sangre, a Lucía Bosé, guapísima con un precioso traje ajustado de Dior manchado de sangre; los niños y Jean Cocteau también. No me asustaba la sangre. Me asustaba nuestra vida. La corrida era parte de nuestra vida. Asociaba la sangre con los sacrificios romanos en Arles”. Concurro con Winston Churchill: el champagne debería ser gratis.

Ya en casa, admiro la espléndida rosa antigua que le compré a Candela en un reciente arranque de extravagancia flamenca. Tiene color de sangre coagulada. Por ti, dulce Romeo flower power, me atreveré a lucirla.

@patriciasoley

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