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MIRADOR
Columna
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Catálogo

El programa es de estética socialdemócrata para un partido socialdemócrata, aunque haya sido un hallazgo de ayer mismo

Jorge M. Reverte
Informadores gráficos fotografían la oferta electoral con la que Podemos concurre a los comicios del 26 de junio.
Informadores gráficos fotografían la oferta electoral con la que Podemos concurre a los comicios del 26 de junio.Ballesteros (EFE)

Yo, desde luego, pienso gastarme los casi dos euros que cuesta el catálogo-programa de Podemos. Vistos los primeros anuncios, me parece una idea muy positiva y muy práctica.

La admiración hecha pública por Pablo Iglesias, por Julio Anguita, se ha materializado en esta acción de propaganda. La obsesión del viejo comunista por el “programa, programa, programa” hecha, por fin, realidad. Un programa que no es para tirar sino para guardar en el revistero de al lado del retrete, para que resida allí, como permanente recuerdo del compromiso adquirido.

La idea partió de alguien que vio un programa de Ikea, que es algo que el partido no ha ocultado.

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Una virtud es que la materialización del programa es, en sí misma, socialdemócrata: materiales sencillos, democráticos, mucha luz, y personajes que son como vecinos de los buenos, no de los que te llevan cada semana al juzgado. Una estética socialdemócrata para un partido socialdemócrata, aunque haya sido un hallazgo de ayer mismo. La socialdemocracia es nórdica, y huele a madera de pino.

Eso tiene, de todas maneras, algunos puntos arriesgados. El que primero que se me viene a la cabeza es que yo he estado en Ikea, y no he encontrado la manera de salir, sin completar todo el circuito, como está pensado evidentemente por la dirección. La sensación de sofoco y angustia que me dio provocó que mi mujer me prohibiera volver a la tienda. Yo no puedo ir nunca más, a riesgo de poner en juego mi matrimonio.

La segunda, es que las casas se parecen y puede uno volverse loco cuando es invitado a cenar por algún amigo. Imagínese lo peor de todo: no hay en todo Ikea una sola reconstrucción de la última cena para presidir el comedor de casa, ni reproducciones en porcelana de golondrinas evolucionando en el aire en el recibidor.

Pero lo peor de todo es que hay que montarse las cosas. Ya sabemos, porque nos lo han advertido algunos como Anguita, que la socialdemocracia es un truco capitalista. Pues bien, ¿alguien ha calculado lo que se va en horas de trabajo montando una cómoda para el dormitorio? El catálogo debería llevar estos costes para que nadie se llame a engaño.

Yo creo que voy a seguir obedeciendo a mi familia (mi hermana también se ha sumado a la campaña para que yo no vaya a la macrotienda, porque no soporta mi permanente desacuerdo con el secuestro), y no pienso volver, salvo extrema necesidad, a la tienda.

Me aterra la idea de que el programa sea para siempre. Quiero ir a tiendas de barrio.

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