Todo el mundo es malo
Nos hemos acostumbrado a creer que la culpa no es jamás de las personas, sino de las malvadas compañías, de los demoníacos gobiernos...
Una familia británica se disponía a embarcar rumbo a Tenerife con el fin de pasar una semana de vacaciones. Padre, madre y dos hijos, uno de siete años. Este último debía sentarse, según las normas de aviación internacional, al lado de uno de sus progenitores. Pero el vuelo iba lleno y cuando ellos se subieron a la aeronave ya no quedaban dos asientos contiguos libres. Nadie se ofreció a cambiarse de asiento, por lo que tuvieron que bajarse del avión y terminaron pasando sus vacaciones en una caravana en Exmouth. La familia apareció en la prensa el pasado viernes narrando su dramática historia. Lo curioso del tema es que toda su ira iba enfilada hacia EasyJet, la compañía que operaba el vuelo y que no tiene asientos reservados; el primero que entra escoge lugar y el último, pues, se sienta en la última fila entre dos humanos con sobrepeso. Todos hemos volado con alguna compañía low cost y todos tenemos alguna queja. Pero aquí el problema no es de la compañía. ¿De verdad nadie podía ceder su asiento? ¿Por qué la familia no se quejaba del egoísmo del resto de los pasajeros? Pues porque nos hemos acostumbrado a creer que la culpa no es jamás de las personas, sino de las malvadas compañías, de los demoníacos gobiernos o del interiorista que se puso creativo y te tuvo 10 minutos observando la puerta del baño tratando de adivinar si ese dibujo era el de un hombre o una mujer. Es urgente que recuperemos la idea de que el ser humano es, en esencia, malo. Más que nada porque llegará pronto otra crisis u otra guerra y nos pillará distraídos quejándonos porque el sábado por la tarde no hay quien vaya a Ikea.
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