Todo lo que pudiste hacer en Libros Mutantes sin tener que comprar un 'fanzine'
Acudimos a la feria independiente para averiguar qué hacen allí la mayoría de los asistentes. ¿Comprar literatura? ¿Lucir palmito? Ante todo, hubo una cosa que nadie hizo: aburrirse
Ya se intuía la fauna de lo independiente varios metros a la rotonda. Cuanta más gafa redonda veías, más cerca estabas de llegar. La camiseta rosa chicle de lycra y la purpurina dorada del señor del cigarro te indicaba sin error alguno la entrada a la feria de Libros Mutantes. El evento bien se podría definir como un lugar de encuentro donde se consigue eliminar con creces cualquier connotación aburrida que pueda llegar a tener un libro. Pero tal descripción se queda bastante corta. La pregunta es: ¿Qué es lo que realmente va a hacer la gente allí? ¿Ir a comprar un fanzine? ¿Enseñar su ropa impecable / no-la-has-visto-en-tu-vida-porque-es-única?. Según la mayoría de los asistentes, iban a "sorprenderse". Así tal cual.
Para empezar (obviando que la cerveza era gratis), el ambiente "era muy fresco y relajado" y lo que impera en los libros de autor es el Do it yourself, con el añadido de hacer lo que te venga en gana. Sobre todo si es con mucho fosforito y pocos medios técnicos. Podías encontrarte un stand con bragas usadas (y perfumadas) acompañadas por una foto polaroid de la dueña en situación "¿sexy o no?".
También un paquete multiformato del barrio madrileño de Orcasur, donde los fotógrafos llegaron a pintar de blanco las paredes de las calles y fotografiar a los políticos, o fanzines con pegatinas de Spiderman y demás superhéroes relacionados con los muñecos que deambulan por las capitales españolas. Allí dentro, todo es arte y todo vale. Sobre todo si lleva purpurina y se enseñan los pezones.
El meollo está en que, sí podías encontrarte cualquier cosa, era inconcebible cruzarte con una persona cualquiera. En ese ambiente tan distinguido, donde reina la creatividad y el adhesivo como estilo de vida, todo aquel que subiera a la terraza y vistiese prendas que fácilmente dieran qué hablar, debía de ser editor gráfico, fotógrafo, o tener la imperiosa ambición de tener muchos seguidores en Instagram. En plan muchas kas. Eso era así. ¡Y que vivan los selfies, oye!.
Además, y aún teniendo en cuenta que el 40% de los expositores provenían del extranjero, el castellano parecía estar en una especie de peligro de extinción. En Libros Mutantes no escuchabas palabras castizas ni estilos mierder: ‘Todo era o muy trash, cool o completamente electrodisgusting. Pero oye, también era divertido.
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