Verdaderos amigos de Facebook
Hipocondriaco como soy, una noche, solo en casa, pensé que moría. En vez de llamar a mi madre, o a urgencias, mandé un privado por Twitter
La semana pasada fallecía en una aldea gallega un hombre que vivía entre basura y a cuyo sepelio solo acudieron dos mujeres. La policía descubrió su cuerpo sin vida tras recibir una llamada de una señora desde Canarias. Ella era uno de los más de 3.500 amigos que el finado tenía en Facebook y, preocupada por la falta de actividad digital del hombre, decidió llamar para alertar a la autoridad.
Situada entre finales de ochenta y principios de los noventa, Menudo reparto es una brillante novela de Jonathan Coe cuyo protagonista es un escritor semifrustrado que abandona el encargo de escribir la historia de una pudiente familia para encerrarse en casa y ver películas antiguas. Hasta que un día aparece una maravillosa vecina que le devuelve las ganas de pestañear. Al cabo de unas páginas, ella muere. Leí ese libro durante uno de los periodos más abyectos de mi vida. Simplemente, trabajaba, leía y bebía solo por los bares. Me fabriqué rutinas que creía satisfactorias, como cenar los viernes salchichas de Frankfurt. El sábado por la tarde era el peor momento de la semana. Los lunes eran un alivio. Me vi en ese escritor, tanto por su falta de talento como por su buscada soledad. Él no se abrió un Facebook (aún no existía), pero yo me hice un Twitter. Y a través de él, interactué con otros humanos. Hipocondriaco como soy, una noche, solo en casa, pensé que moría. En vez de llamar a mi madre, o a urgencias, mandé un privado por Twitter a una chica que vivía en Gijón —qué tristeza poder despedirse del mundo en menos de 140 caracteres—. Desperté intacto y le volví a escribir disculpándome. “Para eso estamos los amigos”, respondió.
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