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Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

El acuerdo con Turquía es deshumanizante y discriminatorio

Por Valeria Méndez de Vigo, Responsable Departamento Estudios e Incidencia de Entreculturas.

Foto: Entreculturas.

Según una encuesta realizada tras los atentados en Bruselas, uno de cada dos ciudadanos belgas considera que cerrar las fronteras a las personas refugiadas es una buena medida para evitar que los terroristas vuelvan a golpear el país. La injusticia es flagrante. Cada vez más, se utilizan los atentados terroristas de manera interesada para cerrar las fronteras en Europa e incumplir los mezquinos compromisos adquiridos por los Estados miembros. Las personas refugiadas se convierten en chivos expiatorios, cayendo sobre ellos la sombra de la sospecha. Pero ni uno de los terroristas identificados es refugiado. Los refugiados no son terroristas. Son personas que huyen del terror, de los bombardeos y de la miseria en busca de protección y seguridad para sus vidas.

El pasado 18 de marzo se suscribió el Acuerdo entre la Unión Europea y Turquía sobre personas refugiadas que, tal como denunciamos en un comunicado desde Entreculturas junto con las organizaciones de acción social eclesiales de España, evidencia el fracaso de la Unión Europea en la adopción de una política común de asilo y en brindar protección a las personas refugiadas, otorgando prioridad al control de fronteras. Con dicho Acuerdo, Europa niega la hospitalidad a quienes abandonan sus hogares huyendo de la guerra, la persecución y el hambre, prevé expulsiones rápidas y sistemáticas de población refugiada a Turquía- un país que, a todas luces, no puede considerarse como "tercer Estado seguro"- y establece el sistema "uno por uno", por el que, por cada persona siria devuelta a Turquía, se reubica a otra en territorio europeo procedente de un campo de refugiados de Turquía, medida que consideramos deshumanizante, discriminatoria y limitativa.

Tras el Acuerdo, el caos parece reinar en Grecia. Las organizaciones humanitarias denuncian que los campos se están convirtiendo en centros de detención, en los que se restringe la libertad de movimientos y los derechos de los refugiados. La desesperación cunde entre la población refugiada, mientras que las noticias que nos llegan de las devoluciones son cada vez más alarmantes.

Es evidente que medidas como éstas contribuyen a criminalizar y a provocar actitudes de rechazo creciente hacia las personas refugiadas, porque crean un clima de animadversión hacia ellas, que corre el riesgo reproducirse y que termina calando en la opinión pública.

No responder ante la llegada de personas refugiadas con solidaridad y justicia y atención a sus derechos fundamentales y a las normas internacionales es gravísimo. Pero es que, además, no nos dotará de seguridad, sino que nos deshumanizará como sociedades, alentará actitudes xenófobas y dará pábulo a ideologías nacionalistas y populistas de creciente éxito en diversos países europeos. Finalmente, se terminará llevando por delante el proyecto europeo.

El camino para solucionar la situación de miles de personas refugiadas en Europa no pasa por buscar atajos, blindar fronteras ni hacer concesiones a los nacionalismos, sino que pasa por impulsar políticas de migración y refugio inspiradas en la protección y en la acogida. Pasa por abordar las causas de la violencia, la guerra y los desplazamientos y por trabajar para solucionar los conflictos. Pasa por invertir en cooperación al desarrollo y en ayuda humanitaria, y en proporcionar apoyo técnico y financiero a los países vecinos de acogida. Pasa por establecer un sistema común de asilo en Europa, abrir vías de acceso legales y seguras y abrazar la diversidad en nuestras sociedades, considerándola como una fuente de riqueza. Pasa por invertir en concienciación, en educación y en la inclusión de las poblaciones refugiadas en las sociedades de acogida y pasa, finalmente, por entender que afrontar el terror, la violencia y la injustica implica asumir responsabilidades en el destino de las personas más vulnerables y que es responsabilidad de todos y todas hacer de éste un mundo más justo y solidario. Un mundo, a fin de cuentas, que respete los derechos humanos.

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